lunes, 5 de noviembre de 2012

¿Quién quiere ser millonario? ¿Consumir o digerir?


Felipe González y González

En la realidad, y también en el cine, las más duras condiciones de las existencia humana pueden producir lances simpáticos, o provocar momentos de alegría, ante el talante vital de quienes tienen que luchar denodadamente, y en las peores condiciones, por mantenerse en la existencia. Tal vez se trate de la confirmación de que entre el ser y el no ser la distancia es infinita. Siempre es más valioso ser, que no ser, aunque para muchos la existencia parezca inútil, sin sentido o todavía peor, una tragedia irremediable.

Las extremas condiciones de miseria que se viven en la India pueden impactar incluso a una mujer o un hombre latinoamericanos, aunque las escenas puedan ser similares a las de nuestros países. Multitudes ingentes sin servicios, sin posibilidades de educación, y sin las condiciones mínimas de alimentación y cuidado de la salud. Cientos, miles, millones personas que, allá y aquí, viven como fantasmas de sus propias existencias. Ojos desorbitados, incredulidad indolente, paciencia inextinguible, incapacidad para sorprenderse ante los excesos de la explotación y de la deshumanización.

“Pero, ¡si yo quiero ir al cine a divertirme!”, me espeto mi interlocutora, cuando intentaba comentarle la película. Y otro se impuso de manera tajante “¡no me cuentes el final, que quiero ir a verla!”. Son los comentarios de siempre, y siempre, de los mismos. No se trata de éste o aquella, somos todos que no queremos mirar la realidad. Y siempre, como en off, se puede escuchar el grito de la nana, la pilmama o la mucama: “¡Mirá!, ¡que ya de por sí la vida es demasiado dura!!!”.

No niego que haga falta diversión. Es más, esta película divierte y entretiene. Tienen el mérito de sacudirse y eliminar la sordidez del ambiente, de las acciones y de las personas que aparecen en escena, mediante el recurso a la superficialidad de un programa de concursos, un locutor y un público que, como en el circo romano, llegan a disfrazar el asco, la decadencia y la morbosidad, con las apariencias de un espectáculo. Es también la denuncia de la innoble ridiculización de la ignorancia, del desamparo y de la explotación, hasta casi presentarlos como artículos de consumo masivo.

Hay que divertirse, y el desarrollo de la película es rocambolesco. Logra un suspenso estrepitoso, que apunta a un desenlace feliz y se consigue. Atrás quedan los niños mutilados para convertirlos en mejores productos de explotación; el odio racial, étnico o de clase que ciega brutalmente todo tipo de vidas humanas; los injustos prejuicios que impiden el desarrollo en libertad; la suciedad, el hambre y la miseria. Siguen existiendo el abuso y el desamparo, pero por un momento, podemos darnos el lujo de pensar, que uno de los nuestros, ha podido superar la condición de irrelevante.

El espectador ve el final de la película con una sonrisa de complacencia. Ha resultado divertida. “Y a mí –me comento un amigo- que estuve a punto de salirme -porque las escenas son brutales- me compenso quedarme:”. El final es más que hollywoodesco, es el final de un cuento de hadas.

Aquí las hadas son los escritores del guión y los encargados de ponerlo en escena: que convierten a un pobre muchacho casi famélico, golpeado, y torturado mental y físicamente, en un superhéroe, con capacidades inéditas de recuperación más que inmediata. Que transforman a unos policías depravados, en seres que logran tener destellos de humanidad. Que hacen que la trampa, el engaño y la traición del conductor del programa queden burlados, porque el muchacho acierta, aunque no sepa la respuesta. Es el recurso a un elemento supremo: hay algo o alguien que cuida de que las cosas buenas sucedan, aun en las peores circunstancias.

Está bien, no lo niego. Si no fuera por ese final, la trama del concurso y los detalles de humor, la película sería deprimente para muchos, y también para mí. El final de muchas de esas vidas, no es el final feliz de una historia aleccionadora. La mayor parte de esas vidas sufren de manera inclemente, sin esperanza, la amarga realidad de una explotación sistemática, aunque no esté plenamente sistematizada. La suerte para muchos de ellos está echada desde el momento en que son alumbrados: constituyen parte del lumpen del que no quisiéramos tener noticia. Pero la noticia está ahí, la película nos la pone de manifiesto y nos las presenta consumible. El asunto está en si seremos capaces de digerirla.

Marzo de 2008.

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