lunes, 5 de noviembre de 2012

Estancamiento e inflación: el problema de la depresión.

Dr. Felipe González y González
Presidente del Centro de Estudios
para la Gobernabilidad Institucional (CEGI)
IPADE Business School


Los Estados Unidos están problemas. Y es más tienen serios problemas. Y como muchas personas en planeta, busca algún chivo expiatorio, en lugar de confrontarse con sus deficiencias, errores y limitaciones. En esa tarea los seres humanos hemos desarrollado, varios mecanismos de evasión, que nos permiten una tranquilidad falsa.
Para el caso de los estadounidenses las estrategias de diversión, se encauzan en el consabido triple enemigo: el exterior, el interior y el anterior. En año electoral, el enemigo anterior es siempre el Presidente en turno, que de alguna manera ya pertenece al pasado. En este caso además el Sr. Bush Jr., ha hecho bastante para que todos sientan un cierto consuelo con su partida virtual ahora y de facto a partir de enero próximo.
En el imaginario estadounidense entre los enemigos del exterior, además de los terroristas, están los inmigrantes, y particularmente los mexicanos de a pie, es decir los hombres y las mujeres más sencillos, discretos y pacíficos del planeta. Contra ellos hay que alzar muros, organizar cacerías, establecer agencias de inteligencia para perseguirlos en los puestos de trabajo, en las ciudades que ayudan a construir, en los hospitales o en las tiendas de comestibles.
La culpa de los males que padece el coloso (¿o se debería decir el ‘goloso’?) de América se debe a los migrantes mexicanos e hispanos, cuando son ellos los que sostienen los servicios, hacen posible la construcción de infraestructura, y permiten, también, un crecimiento de la demanda interna en términos reales. Hay en este asunto una hipocresía enorme, se les necesita y se les sataniza; se les considera un problema de seguridad nacional, cuando en realidad son una elemento clave para el crecimiento.
Finalmente queda el enemigo interior, para el que no hay tiempo en las campañas por la presidencia de los Estados Unidos, porque no se le quiere encarar, pues resulta políticamente incorrecto desenmascararlo.
El enemigo de Estados Unidos no está en la frontera sur, tampoco en la figura del presidente saliente, que es en cierta forma rehén de las circunstancias (aunque ciertamente haya contribuido a empeorarlas). El enemigo para los Estados Unidos está en casa. Esta en un modelo de vida que requiere más gasto del que es posible realizar, y que exige una trivialización de los problemas de la vida humana, en aras de una tolerancia que lleva a la pérdida del valor, para acometer metas arduas.
El declive de los países no tiene tanto que ver con los indicadores económicos, que revelan los síntomas, pero no dicen nada de las causas. Los Estados Unidos se encaminan a una desaceleración económica, y a una recesión que puede tener repercusiones mundiales. La causa próxima está en el estallamiento de la burbuja financiera del sector de la vivienda. La causa mediata en un déficit fiscal creciente, con el consiguiente endeudamiento del país, el desequilibrio estructural de la balanza comercial, y el debilitamiento del dólar frente al Euro.
Paradójicamente los intereses bajan, a fin de lograr una mayor circulación de efectivo, que estimule una cierta demanda por parte de los consumidores. Esta medida, aunada a incentivos fiscales trata de neutralizar la emergencia económica, para evitar escenarios desastrosos. Sin embargo la escasez de recursos financieros se hará patente.
Al margen de la eficacia de esas medidas, es evidente que el inicio del 2008 comienza con un cielo nublado, cargado de presagios de tormenta. El miedo está en las personas, y se refleja en la falta de confianza de los consumidores.
Hay temor por el futuro. No se trata ya, de unos terroristas que atentan contra el modelo de vida estadounidense, sino de si ese modelo se puede sostener. Hay un miedo profundo a reconocer que el modelo de crecimiento de la economía de los Estados Unidos no es sostenible ni franquiciable, que el sistema requiere de una cierta dosis de estimulantes que hace de momento la vida más frenética, pero que se pagan con la moneda de la depresión.
Pasa lo que con las personas, la euforia artificial de una autoestima sin fundamento, la energía desbordante que se consume a impulsos un psique polarizada, el consumo irrefrenable que suscita la tensión, acaba con los recursos del corto plazo para hipotecar el futuro. Se transmuta la esperanza en el sentido de culpa por el abandono de las propias responsabilidades, que indefectiblemente genera una depresión vital.
La vida de las naciones y la vida de las personas tienen sus paralelismos. Los individuos, cuando se ven acorralados, tratan de salvar la cara, mediante el sabotaje personal. Los países con el recurso al enemigo anterior y al enemigo exterior. En ambos casos no cabe duda de que la depresión está al servicio de la inflación de los problemas, de los precios y de los mecanismos de evasión, que se resuelven en el estancamiento.
Estados Unidos y México pueden y deben resolver sus problemas cuyas repercusiones son comunes, sólo si buscan realmente ir a las causas que los motivan: en un caso el recurso al consumismo rampante, en el otro la falta de apego a la ley y a las instituciones.
4-II-08

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