Dr. Felipe González y González
Presidente del Centro de Estudios
para la Gobernabilidad Institucional (CEGI)
IPADE Business School
Los
Estados Unidos están problemas. Y es más tienen serios problemas. Y
como muchas personas en planeta, busca algún chivo expiatorio, en lugar
de confrontarse con sus deficiencias, errores y limitaciones. En esa
tarea los seres humanos hemos desarrollado, varios mecanismos de
evasión, que nos permiten una tranquilidad falsa.
Para el caso de
los estadounidenses las estrategias de diversión, se encauzan en el
consabido triple enemigo: el exterior, el interior y el anterior. En año
electoral, el enemigo anterior es siempre el Presidente en turno, que
de alguna manera ya pertenece al pasado. En este caso además el Sr. Bush
Jr., ha hecho bastante para que todos sientan un cierto consuelo con su
partida virtual ahora y de facto a partir de enero próximo.
En el
imaginario estadounidense entre los enemigos del exterior, además de
los terroristas, están los inmigrantes, y particularmente los mexicanos
de a pie, es decir los hombres y las mujeres más sencillos, discretos y
pacíficos del planeta. Contra ellos hay que alzar muros, organizar
cacerías, establecer agencias de inteligencia para perseguirlos en los
puestos de trabajo, en las ciudades que ayudan a construir, en los
hospitales o en las tiendas de comestibles.
La culpa de los males
que padece el coloso (¿o se debería decir el ‘goloso’?) de América se
debe a los migrantes mexicanos e hispanos, cuando son ellos los que
sostienen los servicios, hacen posible la construcción de
infraestructura, y permiten, también, un crecimiento de la demanda
interna en términos reales. Hay en este asunto una hipocresía enorme, se
les necesita y se les sataniza; se les considera un problema de
seguridad nacional, cuando en realidad son una elemento clave para el
crecimiento.
Finalmente queda el enemigo interior, para el que no
hay tiempo en las campañas por la presidencia de los Estados Unidos,
porque no se le quiere encarar, pues resulta políticamente incorrecto
desenmascararlo.
El enemigo de Estados Unidos no está en la
frontera sur, tampoco en la figura del presidente saliente, que es en
cierta forma rehén de las circunstancias (aunque ciertamente haya
contribuido a empeorarlas). El enemigo para los Estados Unidos está en
casa. Esta en un modelo de vida que requiere más gasto del que es
posible realizar, y que exige una trivialización de los problemas de la
vida humana, en aras de una tolerancia que lleva a la pérdida del valor,
para acometer metas arduas.
El declive de los países no tiene
tanto que ver con los indicadores económicos, que revelan los síntomas,
pero no dicen nada de las causas. Los Estados Unidos se encaminan a una
desaceleración económica, y a una recesión que puede tener repercusiones
mundiales. La causa próxima está en el estallamiento de la burbuja
financiera del sector de la vivienda. La causa mediata en un déficit
fiscal creciente, con el consiguiente endeudamiento del país, el
desequilibrio estructural de la balanza comercial, y el debilitamiento
del dólar frente al Euro.
Paradójicamente los intereses bajan, a
fin de lograr una mayor circulación de efectivo, que estimule una cierta
demanda por parte de los consumidores. Esta medida, aunada a incentivos
fiscales trata de neutralizar la emergencia económica, para evitar
escenarios desastrosos. Sin embargo la escasez de recursos financieros
se hará patente.
Al margen de la eficacia de esas medidas, es
evidente que el inicio del 2008 comienza con un cielo nublado, cargado
de presagios de tormenta. El miedo está en las personas, y se refleja en
la falta de confianza de los consumidores.
Hay temor por el
futuro. No se trata ya, de unos terroristas que atentan contra el modelo
de vida estadounidense, sino de si ese modelo se puede sostener. Hay un
miedo profundo a reconocer que el modelo de crecimiento de la economía
de los Estados Unidos no es sostenible ni franquiciable, que el sistema
requiere de una cierta dosis de estimulantes que hace de momento la
vida más frenética, pero que se pagan con la moneda de la depresión.
Pasa
lo que con las personas, la euforia artificial de una autoestima sin
fundamento, la energía desbordante que se consume a impulsos un psique
polarizada, el consumo irrefrenable que suscita la tensión, acaba con
los recursos del corto plazo para hipotecar el futuro. Se transmuta la
esperanza en el sentido de culpa por el abandono de las propias
responsabilidades, que indefectiblemente genera una depresión vital.
La
vida de las naciones y la vida de las personas tienen sus paralelismos.
Los individuos, cuando se ven acorralados, tratan de salvar la cara,
mediante el sabotaje personal. Los países con el recurso al enemigo
anterior y al enemigo exterior. En ambos casos no cabe duda de que la
depresión está al servicio de la inflación de los problemas, de los
precios y de los mecanismos de evasión, que se resuelven en el
estancamiento.
Estados Unidos y México pueden y deben resolver sus
problemas cuyas repercusiones son comunes, sólo si buscan realmente ir a
las causas que los motivan: en un caso el recurso al consumismo
rampante, en el otro la falta de apego a la ley y a las instituciones.
4-II-08
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