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jueves, 28 de abril de 2016

La libertad de vivir: autoestima e identidad

La libertad de vivir: autoestima e identidad.
Felipe Mario González. Maremágnum. 28 de abril de 2016.


Vivimos en una sociedad trepidante en la que el aire se vuelve irrespirable, la movilidad social se paraliza y obtura las esperanzas, y la volatilidad económica, a pesar de la insistencia en que no tiene consecuencias, nos hace más vulnerables y genera miedo hacia el futuro.

Por otra parte el desgaste psicológico que para muchas personas suponen las exigencias de estar al día en las redes sociales, mantener nuestro “Face”, estar presentes en Instagram, mandar Tweets para sentir que a alguien le importa lo que pensamos, se convierte en algo desgastador. Las personas esconden su vacío en una apariencia de conectividad y en la aparente relación con los demás, que supone el mundo virtual.

Es por eso hay que llamar hoy a una movilización desacostumbrada. A despertar a una realidad objetiva, que se basa en la valoración de lo que somos, y no de lo que tenemos. Que finque nuestra autoestima no en una popularidad ilusoria; que afirme la seguridad propia, en el reconocimiento de las capacidades personales y que nos permita ser agentes de cambio, primero en nuestra propia vida, para luego, estar en condiciones de colaborar con los demás.

Decía Tolstoi que “todos pensamos en cambiar el mundo, pero nadie piensa en cambiarse a sí mismo”. Y esto  trae consecuencias en mucho ámbitos. Si cada una y cada uno de nosotros no entra a controlar y llevar bien firmes las riendas de su propia existencia, es muy difícil tener un impacto familiar, profesional o social, porque iremos a la deriva.

Hoy como nunca en este estado de crisis que vivimos, es necesario volver la vista al oráculo de Delfos: “Conócete a ti mismo”. Es éste un imperativo de prudencia, para situarnos en el cosmos, en el mundo y en nuestras sociedades.

El bombardeo de la súper mujer o del súper hombre con el que se nos incita al consumo sin medida, no es más que una manipulación propagandística para justificar la enajenación de nuestras vidas al complejo consumista-hedonista (que políticos y empresarios oportunistas se empeñan en mostrarnos, como si fuera la realidad.)

Tenemos que conocer nuestros límites y nuestras posibilidades, y vivir en equilibrio dinámico. El crecimiento debe ser proporcionado a lo que realmente somos; a las exigencias de los más cercanos: en nuestros mundos familiares, laborales y sociales, a veces tan desintegrados.

Conocernos y proyectarnos en función de lo que somos, y de lo que podemos realmente ser, evita tensiones, desgastes y sobre todo nos lleva a aprovechar y descubrir todas las oportunidades que, en el día a día, tenemos para ser felices. 

Llegar a entendernos es descubrir el tesoro que hay en el interior de todo ser humano, y que es al mismo tiempo un don y una responsabilidad. Algo de lo que tenemos que tener conciencia, porque es nuestra esencia más valiosa y al mismo lo que nos permite aportar a los demás,  a nuestras familias, organizaciones y a la nación de la que formamos parte.

Este volver al origen de lo que somos, es tan importante, que nos liberará de la obsesión por nosotros mismos, y nos pondrá en la ruta de vivir la vida como sujetos que tienen un por qué y para qué. Hay que pasar de la obsesión por la autoestima, para reencontrarnos con la libertad de vivir.


lunes, 28 de septiembre de 2015

CULTURA DE INTEGRACIÓN

Cultura de Integración
Felipe Mario González.
Maremágnum. 28 de septiembre de 2015

La cultura de integración consiste en saberse parte de algo que nos trasciende, nos da identidad y nos lanza a una misión, como cometido vital. Por ello la cultura de integridad es fundamental en la responsabilidad social, que nos lleva a sabernos miembros de una organización, de una comunidad, de un país.

Por otra parte el comentario del día está en el Papa Francisco, que ha culminado hasta en sus últimos deberes, el largo viaje a Cuba y los Estados Unidos. Millones de personas lo han visto y oído, muchos otros millones de seres humanos lo han seguido por los diversos medios de comunicación.

Por ello quiero hoy centrar mi comentario, en una expresión de un periodista estadounidense, que al referirse al entusiasmo de la gente, afirmaba, “seas o no creyente, las personas se sientes movidas a ser parte de esto que esta sucediendo”. A mi la frase me impacto. Hay muchas personas que quieren ser parte. Hay muchos seres humanos que quieren ser tomados en cuenta, hay mucha gente -como cada una y cada uno de ustedes y yo- que queremos participar, y formar parte de esto que esta ocurriendo, de una realidad que puede ser abierta y plena de sentido.

¿Y qué es lo que esta ocurriendo? Me atrevería decir que lo que estamos viendo es una revolución de las expectativas. Mientras que en muchas partes del mundo y de nuestros país, los fanáticos de un supuesto pasado siempre mejor o los agoreros de un mundo cada vez más perverso, entristecen el ambiente con sus sentimientos de desilusión y de imposibilidad de mejora, el Papa Francisco nos pone en movimiento, nos invita a salir y a descubrir, que en medio de los dolores y de las contrariedades de la vida, podemos cada una y cada uno de nosotros ser mejores, y que podemos ayudar a que otros también mejores.

Todos en cualquier situación podemos mejorar lo que estamos haciendo, no por exceso de cualidades personales, sino por que cada día Dios nos regala el don de la vida, nos regala aspiraciones al bien y a la verdad, nos da cada día la promesa de que a través de las situaciones más comunes y normales, podemos y debemos, superar obstáculos y problemas, para ayudarnos y ayudar a los demás a servirnos mutuamente. Los enfermos y desvalidos podemos ser mejores enfermos y mejores discapacitados, sonriendo y ayudando a los que tratan de ayudarnos. Los presos y los reclusos pueden ser mejores, procurando ayudarse, y ayudar a los demás a superar el desaliento y el pesimismo. No hay situación humana a la que no pueda llegar el aliento de la capacidad de hacer más y mejor.

Es una cuestión compleja porque no resulta fácil hoy la integración. El gran problema de nuestras familias, de nuestras comunidades, de nuestras instituciones, de nuestros países, es la exclusión, la marginación. Lo que el Papa Francisco llama la cultura del descarte. Los hijos son descartados por los padres, y luego los padres son descartados por los hijos, nadie quiere complicarse la vida, con la responsabilidad de hacerse cargo de otras vidas. No es sólo cuestión de dinero o de medios para hacer frente a las necesidades de los otros. Es cuestión de no querer comprometerse; de aceptar o no aceptar responsabilidades.

En las comunidades y en las organizaciones las élites de poder, descartan a todos los que no forman parte del núcleo de los que se apoderan del protagonismo y las decisiones.

No se dan las oportunidades de participación, no se toma en cuenta a los involucrados. Se administran los recursos y se busca la eficiencia, pero se colapsa el contacto humano. Se sirven raciones y se reparten ciertos bienes materiales, pero sin mirar a la cara de los beneficiarios, la caridad se vuelve oficial y seca, sin cariño y sin consideración de las circunstancias de las personas. Las empresas y las organizaciones tratan a sus miembros como instrumentos, como sujetos empleables a discreción.

El llamado del Papa Francisco es claro hay que dar una sí rotundo a la cultura de la integración. O parafraseando al periodista hay construir puentes y caminos, para que las personas puedan tomar parte en la gran aventura de la vida personal y colectiva.

Hay que recuperar el sentido de comunidad y de fraternidad, que se expresa un angustioso grito: déjennos ser parte de nuestras de sociedades, instituciones y organizaciones; dennos la oportunidad de colaborar; permítannos poder aportar a la construcción de un ideal más grande que nosotros mismos. Un ideal en el que todos nos podamos reconocer como implicados, como colaboradores, como cooperadores en la gran tarea de llevar a nuestro mundo al punto omega de la consumación y de la perfección, a través de lo cada uno de nosotros puede dar.

El mensaje del Papa Francisco se puede resumir en el no a la expulsión, en el no al rechazo, en el no a la indiferencia, y en el sí al reconocimiento de los demás, en el sí a sus personas y a sus aportaciones, en el sí a la integración y al valor y la responsabilidad de cada una y cada uno de nosotros.

Esa es la fuerza que nos debe mover, recuperar el sentido de misión, y evitar pensar que unos pocos se encargan de hacer las cosas, porque los demás no pueden aportar. En el fondo de la cultura del descarte esta la idea de que la mayoría no vale, de que la gran multitud no sabe, ni quiere ni puede aportar, que sólo una casta de privilegiados saben lo que es bueno para los demás.


Pero hoy cuando el Papa Francisco está ya en Roma, después unas jornadas agotadoras, creo que somos muchos los nos sentimos renovados en la esperanza de que un mundo mejor es posible, si colaboramos todos. Pero todos: sin marginar a nadie, sin excluir a nadie, permitiendo que cada uno pueda aportar lo que puede dar. BUEN CAMINO.

jueves, 10 de septiembre de 2015

Relatos salvajes100915

Relatos Salvajes

Relatos Salvajes

Felipe Mario González. Maremágnum.
10 de septiembre de 2015.

Hace unos días he vuelto a ver la película argentina, más taquillera en ese país, y que fue nominada para el Oscar, a la mejor película extranjera, en 2014. La primera vez no la aguante. Dejé de verla en la segunda historia. En esta oportunidad he visto la película al completo, como dirían algunos. Aguante hasta el final. “Relatos Salvajes” es una película-reportaje sobre la cotidianeidad, sobre el estar hasta la “coronilla”, o como mi diría mi amigo XN, de “estar hasta la… (s) narices”, de ir llenando el buche con piedritas (como dirían otros), hasta no poder más.

“Relatos Salvajes” es una película del descontrol. No se trata de una apología, sino de mostrar el talante violento, en personas como ustedes y como yo, que ante las situaciones más comunes podemos explotar. Los personajes del filme son normales, hasta merecerían el epíteto de buenas personas. Lo común es que todos se salen de control. Y al descontrolarse asesinan, hieren, destruyen, corrompen, golpean, generan dolor entre sus semejantes y desde luego a sí mismos.

Es una película que nos sitúa ante la indiferencia, con que muchas veces, tratamos a los demás. Proceso que puede desencadenar el odio, que lleva a la destrucción del otro. Y es que la indiferencia es el primer paso para intentar anular a las personas. Es increíble que personas, constituidas en autoridad, hagan de la indiferencia una forma de relación con los que consideran sus súbditos, porque las circunstancias los han puesto bajo su poder.

“Relatos Salvajes” es la constatación opresiva de unas relaciones sociales que cargan excesivamente la vida de los demás, sin permitirles desahogar el magma interno de una manera no violenta. Es la sociedad del “ni modo”, del “aguanta, que no se puede ser hacer nada”, del “llévalo con la heroicidad de los estoicos”, pero que en el fondo supone una carga de indiferencia, o que nos importa un bledo, lo que sientan o piensen los demás.

Nadie nos debería ser indiferente, la indiferencia es una suerte de desprecio que lleva rápidamente al encono y al deseo quitar al otro de enfrente. No se trata de una moralina barata, sino de llegar al fondo de la cuestión. Se trata de saber si en la práctica aceptamos a los otros, si vivimos el principio de alteridad, que es el reconocimiento de la otra personas, en cuanto que es otro, distinto, diferente pero asociado a nosotros desde la naturaleza. Es aquello, que parafraseado, puede expresarse así: soy humano, y ninguno de los humanos debería serme indiferente.

 La aceptación de la alteridad es reconocer  que en la realidad estamos rodeados por muchos, cientos y miles de otros, que nos ayudan, que son un referente para nuestra conducta y con los que somos interdependientes. Pero también de otros que en ocasiones resultan pesados, insolentes y hasta odiables, porque nos amargan la existencia con sus mentiras, con la manipulación y con las injusticias, que como quien no quiere la cosa, comenten y comentemos todos los días.

Tal vez la cuestión más de fondo en “Relatos Salvajes”, al menos para mí, es la idea de un sistema del que todos formamos parte, en el que continua y constantemente nos estamos haciendo la vida de cuadritos, o para decirlo en el lenguaje de los “folklóricos”, continuamente nos estamos haciendo “putaditas”, “putadas” o “putadotas”, como diría mi amigo XN.

Es un plano inclinado en el que rápidamente se desciende. Del comentario mordaz se pasa a la ofensa leve que produce incomodidad y molestia. Poner en ridículo a la otra o al otro, se convierte en el pasatiempo de nuestras “civilización”. La presión va aumentando y el cúmulo de sinsabores cotidianos que trae la convivencia, va generando un magma interno, que bulle y rebulle, hasta sacar de control a la personas. Es lo que se llama salirse de sus casillas.

Aparecen entonces dos fenómenos: las implosiones y las explosiones. Las implosiones llevan al debilitamiento del deseo de vivir, las personas caen en la depresión y el descontento. Psicólogos y “coaches”, con o sin título, se erigen en jueces de la conducta ajena. Se diagnóstica al sujeto como falto de autoestima, incapaz de lograr una aceptación personal y poco apto para la vida social. El resultado siempre es el mismo: dispensarle los consabidos antidepresivos para estacionarlo al margen de la vida, e incluso ganar dinero con él o ella, y evadir así el problema del otro.

Las explosiones (a las que también pueden llegar los deprimidos) son la exorbitante manifestación de una ira contenida, de un furor largamente reprimido, de impotencia acrecentada antes “los imposibles” en la vida familiar, laboral, social o en las relaciones con todo tipo de autoridades, desde las religiosas hasta las de tránsito, pasando por las empresariales o sociales.

Hay que bajarle dos rayas al enojo, a la pasión y a la ira. Para ello me parece que todos debemos revisar si en nuestra conducta diaria somos un factor de serenidad y de confianza, o si bien vamos lanzando invectivas a diestra y siniestra. ¿Aumentamos de manera ilegitima la tensión en la vida de los demás, somos fuentes de estrés y desafección, contribuimos a un mundo de horror en los pequeños acontecimientos de la vida diaria?

Un volcán siempre explota por acumulación de magma. ¿No estaremos estresando demasiado a los demás? ¿No estaremos hartado los niveles de paciencia de las personas? ¿No estaremos sobrereglamentando la vida de los otros?

Las tensiones, las presiones y el estrés son muy altos en nuestra sociedad. Tal vez el remedio está en permitir que esas tensiones broten de manera más continua y fluida, de tal suerte que se puedan, ya no solo neutralizar, sino aprovechar. Se trata de poner la pasión, el coraje y la energía acumulada al servicio de objetivos honestos, integradores y superadores de nuestras propias deficiencias y de las de los otros.


La mejor manera de prevenir la implosión y las explosión de las personas que nos rodean, es permitirles la comunicación, ayudarlas a expresar sus temores y angustias, pero para ello es necesario un clima de confianza, de cercanía y de un demostrado interés por la persona, no sólo teórico, sino encarnado en la práctica de nuestra vida individual y social.

Relatos Salvajes


lunes, 5 de noviembre de 2012

Los temas tabú del siglo XXI.

03/06/10 10:05


El 1° de junio de 2010 lance una pregunta en Facebook: “Se requiere una profunda renovación de las ideas. Hay que tocar los temas políticamente incorrectos. Hay que plantear las preguntas incómodas sobre el sentido y el fin de la existencia humana, aunque a veces no sea fácil responderlas. ¿Cuáles son los temas tabú del siglo XXI?

Transcribo las respuestas y agradezco enormemente los cometarios que mucho me ayudan en esta indagatoria. Los temas tabú del siglo XXI pueden ser: el sentido de la humanidad, la carencia de liderazgo honesto y transformador, conciencia global y medio ambiental, la falta de ideas, la banalización de los temas de fondo, el amor y el poder.

Carlos Artasánchez:
“Aunque no parezca ser tabú, creo que el sentido de la humanidad en cuanto tal puede ser uno de los temas más importantes, ¿Qué es lo que queremos como seres humanos y a dónde queremos ir y a dónde efectivamente nos estamos dirigiendo? Otros temas son el calentamiento global, los modelos económicos, los límites y la supervivencia del Estado, etc., habrá que priorizarlos...”

Arturo Molina:
“Un tema podría ser la carencia de liderazgo honesto y transformador en los actores que representan a la comunidad, donde quiera que se encuentre ésta...”

Pedro Ribé
“Esa consciencia global creo que apenas se está conformando, puede ser que pudieras hablar de una consciencia global sobre el medio ambiente, y algunos otros temas. Habría que ver por bloque y en la mayoría de los casos por país. ¿Qué quieren los estadounidenses y qué los chinos? yo creo que quieren cosas distintas.”

Claudia Schwerdt:
“Yo creo que siguen siendo los mismos por ahora, pero cobra más fuerza como tabú el tema de las ideas (o la falta de ellas). Ya no alcanza con hablar de ideologías o creencias, creo que el tema es más existencial aún: El gran monstruo del siglo XXI se parece mucho al vacío, a la banalización de casi todos los temas importantes.”

Anónimos:
[Dos personas me enviaron los mail que reproduzco, y me ha permitido que lo publique con la condición de no identifique la fuente. Se ve que los consideran tabú-tabú.]

El tabú del amor o el amor como tabú.

“¿Cuáles son los temas tabú del siglo XXI? Uno de ellos es el amor. ¡Qué cosa tan tonta es el amor! Poemas, obras de teatro, novelas y películas. Todas giran en torno del amor. Se trata de algo aspiracional, pero que nunca se logra. Se intuye, pero no se palpa. Todos quieren –o queremos- amar y ser amados. Sin embargo, nadie ama, ni es amado. Se ama lo que se tiene lejos y entonces es un deseo. Se ama la idea. E incluso se puede sentir emoción.

“ (…) ¿Se ama a los padres, a los hermanos, a los familiares? ¿Se les ama realmente, o sólo se tienen sentimientos pasajeros de bondad hacia ellos?

“Nadie ama lo que tiene cerca, lo cercano es repulsivo. Se ame lo que no está. Cuando lo que está se desvanece entonces se añora, y viene el sentimiento o el deseo que es lo que muchos llaman amor. (…)

“Se suele decir que “no se puede vivir sin amor”. La realidad es que el amor no existe. (…) Es tan raro, que no se encuentra al alcance. Hay relaciones de intercambio y poco más. Estas relaciones pueden gratificar o suponer un costo desde un punto de vista psicológico. Se intercambian expresiones, gestos y recompensas. Hay compañeros de viaje, y poco más.

“La ausencia del amor es extremadamente común. No hay amor entre los esposos, o más resulta ser muy escaso. Las amistades son realmente vínculos de intereses. Cesado el interés la relación desaparece.

“¿Por qué vivir aspirando al amor o por el amor, si prácticamente no se da? ¿No sería mejor afirmar, al inicio del siglo XXI, que lo único que existen son relaciones objetivas de intercambio, y que las personas tenemos un valor para los demás en función de las circunstancias, y de esa forma estructurar la vida de manera menos utópicas y más realista? ¿No se trata al final de cuentas de la misma economía de mercado que rige el intercambio de bienes, la que debería regir el intercambio de “afectos”, “simpatías” e “intereses”?”

El poder-tabú.

“El poder es un dato. Es un buen tema para EPS. Hay que reconocer que no se justifica. El poder no tiene fundamento, es la imposición. Se manda porque se puede, y se puede porque se tiene poder. Todos tendemos imponer nuestros gustos. Imponemos nuestra forma de ser. Nos imponen sus visiones. El poder reviste de cualidades que los sujetos no poseen.

“ (…) Los que tienen poder son simpáticos, graciosos, ocurrentes. Son elocuentes. Qué seguros son y qué seguros son. Siempre están en lo correcto. Siempre hacen el bien y van a lo mejor. Los guía el deber, el sacrificio es su divisa.

“Los poderosos están dotados de una visión superior; son infalibles, incapaces de cometer algún error, si alguna vez lo hacen resulta ser providencial, pues siempre son guiados por fuerzas superiores. (…) Tienen una inteligencia descomunal. Su socarronería es sutileza; su doblez es discreción; su soberbia, humildad; su falta de imaginación, creatividad. No se equivocan nunca, porque siempre tienen la razón. (…)

“Su rudeza, es sinceridad. Su indocilidad, es defensa del deber. Su absolutismo, es la más alta racionalidad aplicada.

“¿El poder genera una adrenalina especial o más bien son las personas poderosas, las que genéticamente están dotadas de esa especial “adrenalina”, que las hace tan fuera de serie? La “adrenalina” del poder se mete por todas las dendritas del ser, va a los últimos poros, permea capilarmente. Quien se acostumbra al poder, no puede dejar de manar, es como si estuviera en su naturaleza. ¿No es el poder fruto de la selección natural? ¿Los más fuertes sobre los más débiles?”

De un mail (FAB)

Coincido, los Nombramientos que habría que reconocer serían aquellos que hacen mejor a cada persona, y entonces tendríamos que felicitar quien de su hijo oye la palabra mamá, el que es llamado esposo/a, o al que le llaman maestro y amigo. Pero a esos la felicitación les resultaría innecesaria, porque con la palabra nominal tienen suficiente. Los otro nombramientos – con minúscula – si acaso deberían agradecerse, por lo que de solidario y generoso tienen.

Pero coincidir sí es motivo de congratulación. Coincidir es señal de esperanza porque se conjuga en plural. Es símbolo de asombro porque sugiere un tiempo, prodigioso miligramo. Y es señal de alegría porque recuerda que uno no es solo.

Muchas gracias, por coincidir, por el correo y por tu disposición a la carga (en el sentido del berlinés oso, no del grito de batalla).

¿Quién quiere ser millonario? ¿Es posible el heroísmo cotidiano?


Felipe González y González

¿Hay alguien que no quiera ser millonario? Jamal el protagonista de la película, llega a serlo casi sin proponérselo. Era una posibilidad y la tomo sin demasiado entusiasmo. Jamal no sólo es un protagonista, sino un héroe. Un película hollywoodesca donde al final todo sale bien, pero que no presenta al héroe convencional: guapo, carismático, encantador; sino al héroe sufrido, anónimo, que no tiene la consabida dosis de autoestima del hombre que se ha hecho a sí mismo. Ciertamente tiene todas las grandes virtudes del héroe: la fortaleza, la tenacidad y la constancia, el valor y el coraje, pero por encima de todo un compromiso total con la verdad.

El tema del concurso -las preguntas a contestar-, revela que, para Jamal se trata del simple ejercicio de decir lo que sabe, lo que conoce, lo que ha visto. Y todo ello sin pretensiones, sin reivindicar un lugar en la historia, sin aparecer como quien paga un alto precio por permanecer firme, decidido, por ser fiel.

Hay un extraño juego entre la realidad y el desarrollo de la persona. La realidad lo ha forjado, pero desde la base de una bondad natural preexistente. Jamal es un ser humano que vale, incluso en los lugares y en los ambientes en donde no se concede valor a la vida humana. La vida de Jamal vale porque nace de un fondo de humanidad compartida. Es una vida que como todas tiene algo que entregar. Hay un valor intrínseco en las personas, incluso cuando estas viven hacinadas, masificadas, marginadas, depauperadas.

Las pocas escenas en que la madre aparece patentizan, con el leguaje universal de los gestos y de las miradas, la preocupación por el otro, la solidaridad en lo que cuesta y hay que sacar adelante, y en lo que se consigue y hay que compartir.

En tiempos de decadencia, en países como México, tal vez el mensaje de esta película, tienda a disolverse en la superficialidad del comentario que se escandaliza por la explotación y las condiciones miserables para la vida.

Por encima de ello hay recuperar el sentido del valor personal, de la capacidad del ser humano para hacer frente a la adversidad, para sobreponerse al dolor y hacer algo por la vida propia y por la de los demás.

La tragedia de la vida humana no está en las condiciones deplorables a las que puede ser sometida por los otros o por un mismo. La verdadera tragedia estriba en no hacer algo para manifestar el valor de la existencia humana. Porque valemos, somos; porque tenemos, debemos dar; porque podemos, estamos obligados.

La vida de Jamal es la historia de una lucha, por ir más allá de la adversidad, que se manifiesta desde la infancia. Es una respuesta a la vocación de conocer la verdad y hacerla práctica, que es en lo que consiste la realización del bien. Es hacer del heroísmo una realidad cotidiana.

Marzo de 2009.

¿Quién quiere ser millonario? ¿Consumir o digerir?


Felipe González y González

En la realidad, y también en el cine, las más duras condiciones de las existencia humana pueden producir lances simpáticos, o provocar momentos de alegría, ante el talante vital de quienes tienen que luchar denodadamente, y en las peores condiciones, por mantenerse en la existencia. Tal vez se trate de la confirmación de que entre el ser y el no ser la distancia es infinita. Siempre es más valioso ser, que no ser, aunque para muchos la existencia parezca inútil, sin sentido o todavía peor, una tragedia irremediable.

Las extremas condiciones de miseria que se viven en la India pueden impactar incluso a una mujer o un hombre latinoamericanos, aunque las escenas puedan ser similares a las de nuestros países. Multitudes ingentes sin servicios, sin posibilidades de educación, y sin las condiciones mínimas de alimentación y cuidado de la salud. Cientos, miles, millones personas que, allá y aquí, viven como fantasmas de sus propias existencias. Ojos desorbitados, incredulidad indolente, paciencia inextinguible, incapacidad para sorprenderse ante los excesos de la explotación y de la deshumanización.

“Pero, ¡si yo quiero ir al cine a divertirme!”, me espeto mi interlocutora, cuando intentaba comentarle la película. Y otro se impuso de manera tajante “¡no me cuentes el final, que quiero ir a verla!”. Son los comentarios de siempre, y siempre, de los mismos. No se trata de éste o aquella, somos todos que no queremos mirar la realidad. Y siempre, como en off, se puede escuchar el grito de la nana, la pilmama o la mucama: “¡Mirá!, ¡que ya de por sí la vida es demasiado dura!!!”.

No niego que haga falta diversión. Es más, esta película divierte y entretiene. Tienen el mérito de sacudirse y eliminar la sordidez del ambiente, de las acciones y de las personas que aparecen en escena, mediante el recurso a la superficialidad de un programa de concursos, un locutor y un público que, como en el circo romano, llegan a disfrazar el asco, la decadencia y la morbosidad, con las apariencias de un espectáculo. Es también la denuncia de la innoble ridiculización de la ignorancia, del desamparo y de la explotación, hasta casi presentarlos como artículos de consumo masivo.

Hay que divertirse, y el desarrollo de la película es rocambolesco. Logra un suspenso estrepitoso, que apunta a un desenlace feliz y se consigue. Atrás quedan los niños mutilados para convertirlos en mejores productos de explotación; el odio racial, étnico o de clase que ciega brutalmente todo tipo de vidas humanas; los injustos prejuicios que impiden el desarrollo en libertad; la suciedad, el hambre y la miseria. Siguen existiendo el abuso y el desamparo, pero por un momento, podemos darnos el lujo de pensar, que uno de los nuestros, ha podido superar la condición de irrelevante.

El espectador ve el final de la película con una sonrisa de complacencia. Ha resultado divertida. “Y a mí –me comento un amigo- que estuve a punto de salirme -porque las escenas son brutales- me compenso quedarme:”. El final es más que hollywoodesco, es el final de un cuento de hadas.

Aquí las hadas son los escritores del guión y los encargados de ponerlo en escena: que convierten a un pobre muchacho casi famélico, golpeado, y torturado mental y físicamente, en un superhéroe, con capacidades inéditas de recuperación más que inmediata. Que transforman a unos policías depravados, en seres que logran tener destellos de humanidad. Que hacen que la trampa, el engaño y la traición del conductor del programa queden burlados, porque el muchacho acierta, aunque no sepa la respuesta. Es el recurso a un elemento supremo: hay algo o alguien que cuida de que las cosas buenas sucedan, aun en las peores circunstancias.

Está bien, no lo niego. Si no fuera por ese final, la trama del concurso y los detalles de humor, la película sería deprimente para muchos, y también para mí. El final de muchas de esas vidas, no es el final feliz de una historia aleccionadora. La mayor parte de esas vidas sufren de manera inclemente, sin esperanza, la amarga realidad de una explotación sistemática, aunque no esté plenamente sistematizada. La suerte para muchos de ellos está echada desde el momento en que son alumbrados: constituyen parte del lumpen del que no quisiéramos tener noticia. Pero la noticia está ahí, la película nos la pone de manifiesto y nos las presenta consumible. El asunto está en si seremos capaces de digerirla.

Marzo de 2008.

¿Quién quiere ser millonario? O ¿Cabe la posibilidad de un amor incondicionado?

Felipe González y González


Ya he dicho que la película –Quiero ser millonario (Slumdog millonaire)- tiene un talante de denuncia, que se hace tragable por el recurso al humor, y que puede resbalar gracias al planteamiento hollywoodesco –que para mí resulta muy conveniente- y a un happyend fruto del azar, la fuerza del destino y el amor del protagonista.

Frente a la superficialidad estereotipada y recurrente del mundo del espectáculo, de esta película podemos rescatar la posibilidad del amor, de la llamada a la generosidad y de la entrega, y tal vez hasta la realidad misma del amor.

El ser humano está destinado a trascenderse, a manifestarse a los otros y a sí mismo, como un alguien que es capaz de ir más allá de sí. El ser humano –hombre y mujer- tiene un potencial enorme para la donación, no ya de lo que consigue, sino de lo que lo constituye por dentro. Una existencia que se dona es una existencia que se posee. Nadie puede dar lo que no tiene, pero el que tiene, puede dar. Sólo el que posee, puede entregar. La donación no es posible sin la posesión. Y un ser humano sólo se puede entregar, si es capaz de darse. La posesión humana sólo tiene sentido en orden a la entrega.

La tristeza del que no ama, radica en que la incapacidad de darse, que revela el déficit de realización vital del sujeto. El que no se posee es un infeliz, porque no puede darse. La alegría –hay que recordarlo- está más en dar, que en recibir. Sólo si alguien me recibe, mi donación tiene sentido. Pero la donación es imposible, si no me doy a mí mismo.

En “Quiero ser millonario” la vida de todos y cada uno de los protagonistas está en relación a la afirmación o la negación del amor. A un amor egoísta, a un amor interesado, a un amor imperfecto, a un amor que crece, a un amor que se vuelve fiel, están avocados los personajes. El lugar es Bombay o Mumbai, en el ambiente propio de la India moderna llena de contrastes, paradojas y contradicciones, pero las historias humanas pertenecen al gran teatro del mundo.

Los contrapuntos son, los jefes de la mafia y el presentador del programa, que poseen cosas e incluso juegan a poseer personas, sin la más mínima posibilidad de poseerse a sí mismos, porque se han quedado vacíos al cerrarse.

Los protagonistas de las biografías son: la madre de Salim y Jamal -no dice nada, sólo actúa-, y pierde la vida para protegerlos. Salim, el hermano mayor, que es un luchador incansable, aunque sucumbe, de manera parcial, a la tiranía de la criminalidad organizada, de la que intenta redimirse incluso mediante la ofrenda su vida. Latika -la niña a la que salvan los hermanos- es víctima de la instrumentalización, del abuso y de la corrupción, que conserva el potencial liberador de la dignidad humana, que se manifiesta en la búsqueda del bien del otro. Y finalmente Jamal, el hermano menor, que es portador de un amor incondicionado, de un amor que va más allá de sí mismo, de un amor absoluto.

Jamal protagoniza la propia existencia, como un acto de agradecimiento a la vida del otro, que se nos ha confiado. Jamal descubre –cosa que no logra hacer Salim- que en el acto de salvamento de Latika, hay una vida que se les ha otorgado, una vida que les ha sido entregada y que corresponder a esa entrega y a esa donación, bien puede merecer poner a disposición la propia existencia. Todo lo demás no es más que desarrollo de la historia.

La historia puede tomar diversos caminos, complicarse, confundirse, enturbiarse o quedarse sin una aparente salida. Pero la historia no es la serie de historias que nos contamos acerca de sucedidos y reveses, sino la historia del hilo conductor que hace posible el sentido.

Y el sentido de la historia, de mi historia y de la de los demás, estriba en un amor. Un amor que me explica y que me funda, que me constituye y que me certifica. Sólo si el ser humano es destinatario de un amor incondicionado, total y absoluto puede estar seguro y ser feliz.

Para algunos ese amor es la realidad que explica sus vidas, para otros es el ideal en cuya búsqueda se puede vivir la vida, aun cuando el tiempo este nublado, o peor aún se haya transformado en tempestad.

De ese amor da testimonio la vida de tantas personas ignoradas, que no quieren ser millonarias, sino hacer felices a los que aman, y que de paso lo consiguen para sí mismas con la plenitud y profundidad, que solo se logra, cuando se trasciende el limitado sentido de las satisfacciones materiales.

Se trata de una posibilidad realizable, y de cuya materialización depende el sentido que tome la propia existencia. No de los millones que se puedan ganar en una apuesta por la respuesta correcta, o que se puedan perder en una apuesta por los derivados, en la sucumbió la moderna gestión de los riesgos.

Ciudad de México, marzo de 2009.

¿Quién quiere ser millonario? O ¿Cabe la posibilidad de un amor incondicionado?


Felipe González y González

Ya he dicho que la película –Quiero ser millonario (Slumdog millonaire)- tiene un talante de denuncia, que se hace tragable por el recurso al humor, y que puede resbalar gracias al planteamiento hollywoodesco –que para mí resulta muy conveniente- y a un happyend fruto del azar, la fuerza del destino y el amor del protagonista.

Frente a la superficialidad estereotipada y recurrente del mundo del espectáculo, de esta película podemos rescatar la posibilidad del amor, de la llamada a la generosidad y de la entrega, y tal vez hasta la realidad misma del amor.

El ser humano está destinado a trascenderse, a manifestarse a los otros y a sí mismo, como un alguien que es capaz de ir más allá de sí. El ser humano –hombre y mujer- tiene un potencial enorme para la donación, no ya de lo que consigue, sino de lo que lo constituye por dentro. Una existencia que se dona es una existencia que se posee. Nadie puede dar lo que no tiene, pero el que tiene, puede dar. Sólo el que posee, puede entregar. La donación no es posible sin la posesión. Y un ser humano sólo se puede entregar, si es capaz de darse. La posesión humana sólo tiene sentido en orden a la entrega.

La tristeza del que no ama, radica en que la incapacidad de darse, que revela el déficit de realización vital del sujeto. El que no se posee es un infeliz, porque no puede darse. La alegría –hay que recordarlo- está más en dar, que en recibir. Sólo si alguien me recibe, mi donación tiene sentido. Pero la donación es imposible, si no me doy a mí mismo.

En “Quiero ser millonario” la vida de todos y cada uno de los protagonistas está en relación a la afirmación o la negación del amor. A un amor egoísta, a un amor interesado, a un amor imperfecto, a un amor que crece, a un amor que se vuelve fiel, están avocados los personajes. El lugar es Bombay o Mumbai, en el ambiente propio de la India moderna llena de contrastes, paradojas y contradicciones, pero las historias humanas pertenecen al gran teatro del mundo.

Los contrapuntos son, los jefes de la mafia y el presentador del programa, que poseen cosas e incluso juegan a poseer personas, sin la más mínima posibilidad de poseerse a sí mismos, porque se han quedado vacíos al cerrarse.

Los protagonistas de las biografías son: la madre de Salim y Jamal -no dice nada, sólo actúa-, y pierde la vida para protegerlos. Salim, el hermano mayor, que es un luchador incansable, aunque sucumbe, de manera parcial, a la tiranía de la criminalidad organizada, de la que intenta redimirse incluso mediante la ofrenda su vida. Latika -la niña a la que salvan los hermanos- es víctima de la instrumentalización, del abuso y de la corrupción, que conserva el potencial liberador de la dignidad humana, que se manifiesta en la búsqueda del bien del otro. Y finalmente Jamal, el hermano menor, que es portador de un amor incondicionado, de un amor que va más allá de sí mismo, de un amor absoluto.

Jamal protagoniza la propia existencia, como un acto de agradecimiento a la vida del otro, que se nos ha confiado. Jamal descubre –cosa que no logra hacer Salim- que en el acto de salvamento de Latika, hay una vida que se les ha otorgado, una vida que les ha sido entregada y que corresponder a esa entrega y a esa donación, bien puede merecer poner a disposición la propia existencia. Todo lo demás no es más que desarrollo de la historia.

La historia puede tomar diversos caminos, complicarse, confundirse, enturbiarse o quedarse sin una aparente salida. Pero la historia no es la serie de historias que nos contamos acerca de sucedidos y reveses, sino la historia del hilo conductor que hace posible el sentido.

Y el sentido de la historia, de mi historia y de la de los demás, estriba en un amor. Un amor que me explica y que me funda, que me constituye y que me certifica. Sólo si el ser humano es destinatario de un amor incondicionado, total y absoluto puede estar seguro y ser feliz.

Para algunos ese amor es la realidad que explica sus vidas, para otros es el ideal en cuya búsqueda se puede vivir la vida, aun cuando el tiempo este nublado, o peor aún se haya transformado en tempestad.

De ese amor da testimonio la vida de tantas personas ignoradas, que no quieren ser millonarias, sino hacer felices a los que aman, y que de paso lo consiguen para sí mismas con la plenitud y profundidad, que solo se logra, cuando se trasciende el limitado sentido de las satisfacciones materiales.

Se trata de una posibilidad realizable, y de cuya materialización depende el sentido que tome la propia existencia. No de los millones que se puedan ganar en una apuesta por la respuesta correcta, o que se puedan perder en una apuesta por los derivados, en la sucumbió la moderna gestión de los riesgos.

Ciudad de México, marzo de 2009.