domingo, 2 de diciembre de 2018


El privilegio de mandar y el desafío social.

Felipe Mario González.
Centro de Emprendimiento Gobernabilidad e Innovación.
CeGi.

Uno de los problemas más acuciantes en México, es el del ejercicio del poder o de la autoridad. El fantasma del hombre fuerte, como el ser omnipoderoso que todo lo resuelve mediante la imposición, no hace sino llamar a la realidad a nuestros peores demonios y nos condena a la corrupción, la violencia y el desorden genera el autoritarismo.

La autoridad -cuando se desconoce la dignidad del ser humano, como dueño de su vida y de sus acciones, con libertad y capacidad de decisión-, se convierte en simple fuerza, ejercicio del poder o uso de prerrogativas ilegítimas. Se trata de la corrupción de la autoridad que traiciona su función de servicio, para lograr intereses individuales, sectarios y oportunistas, utilizando como moneda cambio a los demás seres humanos.

La falta de respeto a los seres humanos, lleva a los que ejercen el poder en las organizaciones e instituciones, a poner trabas o impedir de plano la comunicación y la expresión de las ideas y de las necesidades propias; se aísla a los sujetos, se les desmoviliza, se les encarcela en el ostracismo de la irrelevancia y se les trata convertir en invisibles. La autoridad se transforma en mera violencia cuando es sorda, ciega e insensible. Cuando simplemente administra equiparando a las personas con cosas, y convierte sus acciones en troqueladoras, impositivas y hegemónicas.

Esto sucede en la familias o las empresas, o hasta en los centros de cultura,  en los que el dialogo es sustituido por el whatsapp, y el contacto personal por un funcionalismo despersonalizado que evita toda diferenciación, ajuste o acercamiento. La administración desencarnada que pretende ocultar los problemas y busca la uniformidad, con un silencio devastador, mediante la que imponen una paz y una uniformidad inmoral que es la de los sepulcros.

Las autoridad se vuelve simplemente un poder que regula desde la nimiedades hasta las cuestiones trascendentes y vitales. Las personas se ven privadas de relevancia, se les destruye la autoestima, se les niega la posibilidad de la comunicación y se les reprime para que acepten las imposiciones. Al mismo tiempo se les amenaza o se les castiga, si no avienen o celebran festivamente la supresión de la propia personalidad y el auténtico entramado social. La cosificación de las personas se vuelve el resultado del ejercicio de un autoritarismo silenciador.

El miedo a la autoridad aparece está fundado en la falta contrapesos, en la ausencia de recursos para participar, en la negación de la consideración de la autoridad como instancia que debe responder, que debe dar razón de sus decisiones y que debe demostrar en la práctica y cotidianamente que está al servicio de las personas.

Hay que lograr nuevos modos de comunicación, de dialogo y de auténtico respeto. Para ello lo primero que hay que lograr es el reconocimiento lleno de respeto de los demás, que lleve a generar lugares de encuentro, para de ahí pasar al intercambio de ideas, al dialogo y a los procesos de avance para humanizar las relaciones en las organizaciones e instituciones a lo largo y ancho de nuestras sociedades.

El rechazo al respeto, a los lugares de encuentro y al diálogo, lleva a congelar  a las personas, hacerlas inviables y socialmente al aniquilamiento de la paz, porque se evita la ordenada concordancia. La autoridad se refugia en la parafernalia de la manipulación, del engaño, de los solapamientos, del poder del dinero o de los contactos, del recurso a  los influencers o a los padrinos.

Los subordinados les tienen miedo a los jefes, los jefes a los superiores, y éstos a los altos mandos. El privilegio de mandar establece una cadena de subordinados, similar a las de las organizaciones de mercenarios o sicarios. La tiranía se basa en el temor, en la inseguridad y en la precariedad.

Por ello y de cara al inicio de una forma de gobernar en el país, hace que socialmente nos desprendamos de los estereotipos que nos llevan a proponer el autoritarismo, la dictadura y el despotismo como sinónimos de orden y progreso, y nos decidamos a defender la libertad y el derecho, el valor de cada ser humano y sus derechos inalienables ante cualquier tipo de autoridad, desde luego frente a las estatales, pero sobretodo ante aquella que conforman la cultura, la idiosincrasia y la forma de ser una comunidad, esto es las autoridades de las organizaciones económicas, sociales, culturales y religiosas.

2 de diciembre de 2018


El privilegio de mandar y el desafío social

miércoles, 28 de noviembre de 2018

México Político: Guerra virtual y cambio de poderes 281118

México y politica: la guerra virtual y cambio de poder


México y política: la guerra virtual y el cambio de poder.

Felipe Mario González
Presidente del Centro de Enprendimiento Gobernabilidad & Innovación.
Profesor Emérito del IPADE.

La propaganda, la viralización y la comercialización lo son todo. Nuestras sociedades del siglo XXI, han seguido la pauta establecida en el siglo XX: lo que importan son las marcas. Establecer una marca institucional o individual como sinónimo de bueno, justo y ético consigo mismo, permite la justificación del gusto. No importan los contenidos, las realidades o los hechos, vivimos en un mundo de percepciones y éstas puedan ser manipuladas.

En la época de la post-verdad, vivimos una guerra no declarada, en la que el maquiavelismo práctico se ha enseñoreado de las relaciones privadas y publicas. Se trata de lograr el éxito y eso significa hacer prevalecer los propios intereses, metas y objetivos, por encima de los demás. Se trata de competir para ver quien gana, y la regla de oro es que “siempre digas o hagas lo que conviene más a tus intereses, como si lo fuera lo mejor para todos, aunque de hecho no lo sea.” Según el analista y exmilitar Stefan J. Banach el objetivo de los actores es “comunicar con éxito que lo correcto es incorrecto y lo que incorrecto es correcto”.

Es una secuela del individualismo, de la competencia como elemento único de la vida humana y de las relaciones sociales. Estamos para ganar, y sólo unos pocos pueden hacerlo, por lo tanto es válido y correcto hacer lo que se tenga que hacer para prevalecer. Para lograr ese objetivo Banach señala otra pista, hay que “generar desequilibrio individual y social… cegar la mente del adversario a través de la propagación de elementos de ambigüedad que atacan, engañan y confunden a las personas y producen distracciones masivas de manera tanto física como no física”.

Esta guerra es virtual, mediática y cultural. Por ello utiliza todos los medios de comunicación, con especial énfasis en los espacios virtuales, en los que la realidad puede ser creada o recreada a nuestro antojo. Los países, las organizaciones legales e ilegales, las instituciones y hasta las empresas utilizan hoy auténticos ejércitos de robots cibernéticos para imponer sus objetivos. Y respetan la regla fundamental de la guerra total: la victoria, para la cual no hay sustituto. Por supuesto que se pueden hacer alianzas y tener compañeros de camino, pero nunca nadie afirmará el principio de lealtad, porque solo cuentan los intereses propios o de grupo.

En diversos países y desde 2014, se han identificado lo que se llaman ejércitos de trols (seres malignos de la mitología que habitan en los bosques, desproporcionados y devastadores) que se apoyan en bots (o sea lo mismo que los trols pero automatizados). A estos mercenarios se unen los odiadores o haters, que difunden información tóxica y llevan a cabo acosos de carácter sistémico contra personas, instituciones y países.  En los países bálticos ha sido identificados los trols rusos, mucho antes de la trama moscotiva en las elecciones estadounidenses; otro tanto ha ocurrido en Holanda, en donde incluso decidieron desconectar los sistemas de computo electoral de los medios electrónicos, para evitar interferencias; y esto por no hablar de las acciones llevadas a cabo en España y en el área Latinoamérica por los herederos de la revolución chavista.

Hoy tenemos en México una coyuntura histórica, el nuevo gobierno del presidente López Obrador se enfrenta a problemas fundamentales, como son la corrupción rampante, la irrelevancia de la ley o la imposición de privilegios y cotos de poder, la carestía y la precariedad de millones de personas, en contraste con la acumulación intensiva de recursos y su consecuente prevaricación.

¿Estarán -la sociedad mexicana y su gobierno- dispuestos a hablar con la verdad, a buscar el bien de todos y a generar unas relaciones armónicas? Ésta es la gran pregunta que nos formulamos todos en las vísperas de la toma de posesión del nuevo poder. ¿Daremos como sociedad y contando con el compromiso de dirigentes políticos, autoridades gubernamentales, líderes empresariales, sociales y culturales, la batalla de los Elfos y de los hombres frente a los Trols y los bots de la barbarie, la desinformación y el absolutismo? Esta la es la cuestión ante la que ninguna y ninguno de nosotros debería permanecer indiferente.

28 de noviembre de 2018.


lunes, 5 de noviembre de 2018

MEXICO POLITICA El privilegio de mandar


El privilegio de mandar


Felipe Mario González.
Presidente del Centro de Emprendimiento,
Gobernabilidad e Innovación (CEGI),
Profesor Emérito del IPADE.

Pronto en unas pocas semanas más se iniciará en México la andadura de una nueva administración federal que encabezará el presidente López Obrador. El discurso del presidente, de sus colaboradores y el partido Morena, apuntan  un cambio de régimen lo cual es un asunto mayor, que tiene como horizonte la Cuarta Transformación Nacional, después de la Independencia, la Reforma y la Revolución.

Al prepararnos para la toma de posesión de un nuevo gobierno, que promete una nueva forma de ejercer la autoridad y el poder, se impone la revisión social de la manera acerca de cómo entendemos y cómo se ejerce la autoridad en México, no sólo desde el punto de vista político sino social, económico y cultural. ¿Se ejercerá la autoridad y el poder como siempre, de manera inercial o habrá cambios sustantivos? ¿Esta la sociedad demandando cambios en el ejercicio de la autoridad, en todo el espectro de las organizaciones del país?

Hay sin duda una crisis de autoridad en las instituciones. Desde las familias hasta los gobiernos, pasando por los policías y los agentes de tránsito, y llegando desde luego a los encargados, a los jefes y a los ejecutivos o directores, ya sean nacionales, regionales o locales.

La autoridad, decía Pablo de Tarso, no es de temer para los que hacen el bien, sino para los que obran el mal. Tal vez pensaba en un tipo de autoridad ideal en la que las personas que la ejercen, aceptan que su misión es de servicio. Que la función de la autoridad es ayudar, proteger, estimular. Pero eso, si alguna vez se dio, parece ser algo que brilla por su ausencia.

En las circunstancias del México de finales de 2018, la crisis de autoridad es la consecuencia de factores culturales e idiosincráticos, así como de la irresponsabilidad con la que se ejerce el poder. Y no me refiero sólo al poder político. Me refiero a las personas empoderadas en los organismos sociales, económicos, culturales y religiosos, en los que la participación,  el derecho a la información o la discusión abierta se vuelven una entelequia. A la manera de tomar de decisiones basada en el vasallaje y la tutela, como una imposición sostenida y consistente.

La autoridad en todos los niveles del entramado social, muchas veces se entiende, simplemente, como la capacidad de imponer decisiones, de forzar conductas y de actuar despóticamente.  La autoridad se concibe como la fuerza para vigilar, para someter, para imponer. A veces la autoridad se excede: abusa, violenta, corrompe. Mandar se convierte en un privilegio. El privilegio de mandar mediante el cual, el que manda siempre tiene la razón, siempre puede mandar en todo y nunca resulta responsable de algo.      

La personas se reducen a cosas u objetos que se usan o se mueven a voluntad. Son piezas del engranaje de las que puede disponer. Lo único que existe son relaciones de poder, y hay de aquel que no tenga un mínimo de poder, un cargo o un puesto desde cual pueda defenderse, hacerse oír o utilizar su poder poco o mucho, para lograr unos beneficios, unos activos o unas prerrogativas que le permitan ser alguien.

El trabajo para avanzar en democracia, lograr la participación efectiva, para hacer a la autoridad responsable, no es cuestión sólo de las autoridades estatales.  Es también y una medida mayor resultado de un cambio social en la consideración de la autoridad, como una tarea de servicio de la que se debe dar cuenta, y no simplemente como el ejercicio de la fuerza, el poder o el privilegio,  al amparo de estructuras sociales, económicas o sociales, que perpetua la dominación y la imposición. Por ello la autoridad sólo será legítima si respeta el derecho de las personas a estar informadas, a participar según sus responsabilidades, y a garantizar a todos unos derechos humanos básicos y fundamentales.

CDMX, 5 de noviembre de 2018.