miércoles, 11 de mayo de 2016

Burocratismo dogmáticos vs ser humano

Burocratismos dogmáticos VS ser humano.
Felipe Mario González. Maremágnum. 11 de mayo de 2016

La ética de la alteridad, la aceptación del otro, nos lleva a descentrarnos de nosotros mismos, para poner la atención en los demás. Pero hay personas, que invierten el proceso y sólo ven los defectos de los demás, a lo que etiquetan, catalogan y manipulan en función de sus crietrios. Una actitud que al cerrar al individuo, le impide abrirse a las cualidades del otro. Es tanto como contraponer el “los demás para mí” -que lleva a instrumentalizar, depredar o aniquilar-, al “yo con los demás”, que es la vía para el aprecio mutuo, el trabajo colaborativo y la búsqueda de un bien común.

Cualquier filosofía, ideología, posición ética o postulado religioso, se basa en la búsqueda de mejores relaciones entre las personas, en la armonización y en el logro de la paz, que estriba en deleitarse en el bien conseguido, y por lo tanto compartido: fruto del trabajo común. Esto no es más que la afirmación simple de que estamos relacionados desde la naturaleza, y anclados en la sociabilidad natural o la dependencia mutua.

Sin embargo estas afirmaciones axiales y referenciales de una vida humana integrada y con sentido, no son tan fáciles de encontrar en la práctica. En el origen de la humanidad Caín mató Abel, que era su hermano. De ahí a la afirmación sartiana de que “el infierno son los otros”, hay todo un recorrido. La armonía es difícil en las familias; las amistades no suelen ser duraderas o bien se corrompen por interesadas. Tenemos por lo tanto una oposición dialéctica tremenda: buscar servir a los demás o que los demás nos sirvan, con una variante conmensurable: servirnos de los otros.

Y es este el caldo de cultivo para todas las guerras, los enfrentamientos y las violencias. Por una parte se proclama la fraternidad universal y por la otra se busca someter a los otros a nuestros intereses, manipulándolos como objetos a nuestro servicio. Como lo segundo se caracteriza por ser moralmente inaceptable, se recurre a los dogmatismos, a los sistemas cerrados, a la idea de la unidad –todos tienen que apoyar la causa- y entonces la proclamada fraternidad se escinde, de manera maniquea .

Dividimos los seres humanos en amigos o enemigos, según sirvan a nuestros intereses, en la medida que apoyen nuestras ideas, o en tanto sean útiles para nuestros propósitos. Las personas que nos rodean e inclusos otras más distantes van pasando de una lista a la otra de manera intermitente, hasta que la divisa en las relaciones sociales, es que no se puede confiar en nadie, porque sólo hay partes interesadas y es casi imposible encontrar un fin común.

Tal vez sea necesario que nos propongamos algo radical. Mirar a las personas no en función de nuestros intereses, de nuestros apetitos, de nuestras creencias –tantas veces arbitrarias-, sino en función de los que son, de lo que valen por sí mismas, de su dignidad –que tantas veces nos negamos a reconocer-.

Hay que insistir una y otra vez en que no se puede tratar a los seres humanos como medios, como recursos, como instrumentos que empleamos para hacer algo. Porque los seres humanos ya son algo, son un fin en sí mismos, y requieren en primer lugar de respeto.

Hay quienes con toda razón critican los sacrificios humanos como barbaros y despiadados, pero en ocasiones esos mismos individuos sacrifican a los amigos a las ideas; a las personas a las organizaciones;  a los seres humanos al funcionamiento de los sistemas económicos, sociales, políticos o religiosos.


Por ello necesitamos volver a poner a la persona –a los seres humanos concretos- en el foco y en el centro de nuestra atención. Se trata de restituir a los que forman parte nuestras familias, organizaciones o sociedades, la dignidad que les ha sido arrebatada por los sistemas y los burocratismos funcionalistas. Porque no se puede predicar una fraternidad global, si primero no se encarna en los seres humanos más próximos y cercanos, aquellos con quienes todos los días nos involucramos.

dogmatismos vs ser humano

dogmatismos vs ser humano

viernes, 6 de mayo de 2016

Burocratismos dogmáticos vs ser humano.

Burocratismos dogmáticos VS ser humano.
Felipe Mario González. Maremágnum. 29 de abril de 2016

La ética de la alteridad, la aceptación del otro, nos lleva a descentrarnos de nosotros mismos, para poner la atención en los demás. Pero hay personas, que invierten el proceso y sólo ven los defectos de los demás, a lo que etiquetan, catalogan y manipulan en función de sus crietrios. Una actitud que al cerrar al individuo, le impide abrirse a las cualidades del otro. Es tanto como contraponer el “los demás para mí” -que lleva a instrumentalizar, depredar o aniquilar-, al “yo con los demás”, que es la vía para el aprecio mutuo, el trabajo colaborativo y la búsqueda de un bien común.

Cualquier filosofía, ideología, posición ética o postulado religioso, se basa en la búsqueda de mejores relaciones entre las personas, en la armonización y en el logro de la paz, que estriba en deleitarse en el bien conseguido, y por lo tanto compartido: fruto del trabajo común. Esto no es más que la afirmación simple de que estamos relacionados desde la naturaleza, y anclados en la sociabilidad natural o la dependencia mutua.

Sin embargo estas afirmaciones axiales y referenciales de una vida humana integrada y con sentido, no son tan fáciles de encontrar en la práctica. En el origen de la humanidad Caín mató Abel, que era su hermano. De ahí a la afirmación sartiana de que “el infierno son los otros”, hay todo un recorrido. La armonía es difícil en las familias; las amistades no suelen ser duraderas o bien se corrompen por interesadas. Tenemos por lo tanto una oposición dialéctica tremenda: buscar servir a los demás o que los demás nos sirvan, con una variante conmensurable: servirnos de los otros.

Y es este el caldo de cultivo para todas las guerras, los enfrentamientos y las violencias. Por una parte se proclama la fraternidad universal y por la otra se busca someter a los otros a nuestros intereses, manipulándolos como objetos a nuestro servicio. Como lo segundo se caracteriza por ser moralmente inaceptable, se recurre a los dogmatismos, a los sistemas cerrados, a la idea de la unidad –todos tienen que apoyar la causa- y entonces la proclamada fraternidad se escinde, de manera maniquea .

Dividimos los seres humanos en amigos o enemigos, según sirvan a nuestros intereses, en la medida que apoyen nuestras ideas, o en tanto sean útiles para nuestros propósitos. Las personas que nos rodean e inclusos otras más distantes van pasando de una lista a la otra de manera intermitente, hasta que la divisa en las relaciones sociales, es que no se puede confiar en nadie, porque sólo hay partes interesadas y es casi imposible encontrar un fin común.

Tal vez sea necesario que nos propongamos algo radical. Mirar a las personas no en función de nuestros intereses, de nuestros apetitos, de nuestras creencias –tantas veces arbitrarias-, sino en función de los que son, de lo que valen por sí mismas, de su dignidad –que tantas veces nos negamos a reconocer-.

Hay que insistir una y otra vez en que no se puede tratar a los seres humanos como medios, como recursos, como instrumentos que empleamos para hacer algo. Porque los seres humanos ya son algo, son un fin en sí mismos, y requieren en primer lugar de respeto.

Hay quienes con toda razón critican los sacrificios humanos como barbaros y despiadados, pero en ocasiones esos mismos individuos sacrifican a los amigos a las ideas; a las personas a las organizaciones;  a los seres humanos al funcionamiento de los sistemas económicos, sociales, políticos o religiosos.


Por ello necesitamos volver a poner a la persona –a los seres humanos concretos- en el foco y en el centro de nuestra atención. Se trata de restituir a los que forman parte nuestras familias, organizaciones o sociedades, la dignidad que les ha sido arrebatada por los sistemas y los burocratismos funcionalistas. Porque no se puede predicar una fraternidad global, si primero no se encarna en los seres humanos más próximos y cercanos, aquellos con quienes todos los días nos involucramos.