Felipe González y González
15 de mayo de 2008
Era
dichararecho, listo y muy chilango. Fruto neto de una simbiosis entre
el laicismo oficialista, la moralidad insobornable y el pragmatismo -que
permite sobrevivir-. Agudo y reiterativo hasta el cansancio. Le
encantaba cambiar una palabra por otra que fonéticamente fuera similar,
aunque el significado literal cambiara por completo. Durante una
temporada se refirió a todos los demás como “maestro”. Fue una moda del
sector burocrático en todas las instituciones, que utilizó la palabra
“maestro” como apelativo: “mira maestro”, “óyeme mi maestro” e incluso
“sabes maestro”. Pero también intercambió “profeta” por “profesor”. “El
profeta!”, así solía denominar a un conocido suyo, que algunas veces
trabajó de profesor.
Gracias a este recuerdo me he puesto a
cavilar en las siguientes duplas: “maestro – maís-tro”, y
“profesor-profeta”. La primera me recuerda otras ideas extravagantes a
lo que quiere ser este argumento. Cuentan que Carmelita Romero logró
civilizar, en parte, a Porfirio Díaz y que colaboró a darle en sus
retratos, ese aire augusto que tuvo hacia finales de su siglo. Pero
cuentan también, que cuando a don Porfirio alguien le resultaba molesto,
decía como para sí mismo pero asegurándose de que lo oyeran los otros:
“ese gallo quiere su máis”. Lo que en muchas ocasiones era interpretado
como darle su mole, y que supone, indefectiblemente, el sacrificio del
pollo.
Lo que en Don Porfirio era indiscutiblemente un asunto de
orígenes prosódicos, es para mí un tema de significados culturales. Tal
vez porque orígenes y significados remiten a identidades.
Máis es
maíz, que aunque mal pronunciado remite a un alimento básico. En México
el maestro de escuela proporciona el conocimiento básico para la
educación, y por eso es máis-tro, que a mí me suena como el que
trae-el-maíz. En todo caso el máis-tro es el que sabe o el que pone los
cimientos del posterior florecimiento. El maestro transmite, entrega o
proporciona. Da seguridades y permite el arraigo. Pone bases y es un
elemento básico inicial del desarrollo del educando.
Por ello en
ciertas ocasiones, y refiriéndome a mi propio trabajo, me considero un
auténtico “maestro-máistro-rural”, pues además de trabajar en una
ex-hacienda, mis métodos se parecen a los del que pone los fundamentos,
sin cuidarse de lo que resulta políticamente correcto. Dejando aparte
lo biográfico, maestro incluye la idea del que logra cierta perfección
en términos de desempeño o de sabiduría, cosa ciertamente no es
biográfica en mi caso.
Por lo que respecta a “profesor-profeta”.
Las implicaciones son claras. El profesor –digámoslo pleonásticamente-
profesa. Es decir ejerce –según el diccionario- una ciencia o arte. Y
ejercer –también según el diccionario- es ejecutar los actos propios de
esa ciencia o arte. El profesor es un iniciado en la tarea de su
especialidad. Una primera aproximación nos presenta al profesor como
experto conocedor que realiza las acciones propias de la profesión, es
decir de aquello que se ha hecho oficio, y que confiere un estatus en la
vida. Lo cual de alguna forma remite a ser maestro.
Si hay algo
que el profesor añade a la connotación de maestro -como iniciador en las
tareas del espíritu o de la materia-, tendría que ver con el sentido o
proyección del quehacer que da un lugar en el mundo. De ahí que la
consonancia de mi amigo “profesor-profeta”, me remita a mí a la cuestión
del significado, lo que me lleva a la idea del sentido, de la
proyección y del futuro.
Actividad presente sin futuro avizorado
es inconducencia. Lo inconducente no lleva a ninguna parte. Es
realización de una acción sin finalidad, que agota recursos, energías y
lastra los ideales. Acción consumida en el presente es materialismo
craso, que desvaloriza a la persona: trabajo profesional del que profesa
la nada como destino o el interés inmediato como justificación. No
supone distancia respecto del objeto, y niega por ello la libertad.
Si
se quiere ser profesor, se debería ser profeta. Los profetas se
caracterizan por tener visión y un sentido de misión insobornable. Pero
también es verdad que muchas veces se ha querido sobornar a los
profetas.
Los profetas sin embargo no son siempre aceptados. El
profeta sabe que no vino a ganar un concurso de popularidad. No hay
profeta en su propia tierra. Por ello la distancia entre
profesor-profeta es la misma que entre profesor y proficiente.
Proficiente –nuevamente es del diccionario- es el que saca provecho de
una cosa. Se parecen pero no es lo mismo. No es publicidad, sino una
cuestión de sentido, y eso es también una cuestión de fondo y forma.
No hay comentarios:
Publicar un comentario