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lunes, 17 de diciembre de 2018
lunes, 3 de diciembre de 2018
domingo, 2 de diciembre de 2018
El privilegio de mandar y el desafío social.
Felipe Mario González.
Centro de
Emprendimiento Gobernabilidad e Innovación.
CeGi.
Uno de los problemas más acuciantes en México, es el del
ejercicio del poder o de la autoridad. El fantasma del hombre fuerte, como el
ser omnipoderoso que todo lo resuelve mediante la imposición, no hace sino
llamar a la realidad a nuestros peores demonios y nos condena a la corrupción,
la violencia y el desorden genera el autoritarismo.
La autoridad -cuando se desconoce la dignidad del ser
humano, como dueño de su vida y de sus acciones, con libertad y capacidad de
decisión-, se convierte en simple fuerza, ejercicio del poder o uso de
prerrogativas ilegítimas. Se trata de la corrupción de la autoridad que
traiciona su función de servicio, para lograr intereses individuales, sectarios
y oportunistas, utilizando como moneda cambio a los demás seres humanos.
La falta de respeto a los seres humanos, lleva a los que
ejercen el poder en las organizaciones e instituciones, a poner trabas o
impedir de plano la comunicación y la expresión de las ideas y de las necesidades
propias; se aísla a los sujetos, se les desmoviliza, se les encarcela en el
ostracismo de la irrelevancia y se les trata convertir en invisibles. La
autoridad se transforma en mera violencia cuando es sorda, ciega e insensible.
Cuando simplemente administra equiparando a las personas con cosas, y convierte
sus acciones en troqueladoras, impositivas y hegemónicas.
Esto sucede en la familias o las empresas, o hasta en los
centros de cultura, en los que el dialogo
es sustituido por el whatsapp, y el contacto personal por un funcionalismo despersonalizado
que evita toda diferenciación, ajuste o acercamiento. La administración
desencarnada que pretende ocultar los problemas y busca la uniformidad, con un
silencio devastador, mediante la que imponen una paz y una uniformidad inmoral
que es la de los sepulcros.
Las autoridad se vuelve simplemente un poder que regula desde
la nimiedades hasta las cuestiones trascendentes y vitales. Las personas se ven
privadas de relevancia, se les destruye la autoestima, se les niega la
posibilidad de la comunicación y se les reprime para que acepten las imposiciones.
Al mismo tiempo se les amenaza o se les castiga, si no avienen o celebran festivamente
la supresión de la propia personalidad y el auténtico entramado social. La
cosificación de las personas se vuelve el resultado del ejercicio de un
autoritarismo silenciador.
El miedo a la autoridad aparece está fundado en la falta
contrapesos, en la ausencia de recursos para participar, en la negación de la
consideración de la autoridad como instancia que debe responder, que debe dar
razón de sus decisiones y que debe demostrar en la práctica y cotidianamente
que está al servicio de las personas.
Hay que lograr nuevos modos de comunicación, de dialogo y de
auténtico respeto. Para ello lo primero que hay que lograr es el reconocimiento
lleno de respeto de los demás, que lleve a generar lugares de encuentro, para
de ahí pasar al intercambio de ideas, al dialogo y a los procesos de avance
para humanizar las relaciones en las organizaciones e instituciones a lo largo
y ancho de nuestras sociedades.
El rechazo al respeto, a los lugares de encuentro y al
diálogo, lleva a congelar a las
personas, hacerlas inviables y socialmente al aniquilamiento de la paz, porque
se evita la ordenada concordancia. La autoridad se refugia en la parafernalia
de la manipulación, del engaño, de los solapamientos, del poder del dinero o de
los contactos, del recurso a los
influencers o a los padrinos.
Los subordinados les tienen miedo a los jefes, los jefes a
los superiores, y éstos a los altos mandos. El privilegio de mandar establece
una cadena de subordinados, similar a las de las organizaciones de mercenarios
o sicarios. La tiranía se basa en el temor, en la inseguridad y en la
precariedad.
Por ello y de cara al inicio de una forma de gobernar en el
país, hace que socialmente nos desprendamos de los estereotipos que nos llevan
a proponer el autoritarismo, la dictadura y el despotismo como sinónimos de
orden y progreso, y nos decidamos a defender la libertad y el derecho, el valor
de cada ser humano y sus derechos inalienables ante cualquier tipo de
autoridad, desde luego frente a las estatales, pero sobretodo ante aquella que
conforman la cultura, la idiosincrasia y la forma de ser una comunidad, esto es
las autoridades de las organizaciones económicas, sociales, culturales y
religiosas.
2 de diciembre de 2018
miércoles, 28 de noviembre de 2018
México y politica: la guerra virtual y cambio de poder
México y política: la guerra virtual y el cambio de poder.
Felipe Mario González
Presidente del Centro
de Enprendimiento Gobernabilidad & Innovación.
Profesor Emérito del
IPADE.
La propaganda, la viralización y la comercialización lo son
todo. Nuestras sociedades del siglo XXI, han seguido la pauta establecida en el
siglo XX: lo que importan son las marcas. Establecer una marca institucional o
individual como sinónimo de bueno, justo y ético consigo mismo, permite la justificación
del gusto. No importan los contenidos, las realidades o los hechos, vivimos en
un mundo de percepciones y éstas puedan ser manipuladas.
En la época de la post-verdad, vivimos una guerra no
declarada, en la que el maquiavelismo práctico se ha enseñoreado de las
relaciones privadas y publicas. Se trata de lograr el éxito y eso significa hacer
prevalecer los propios intereses, metas y objetivos, por encima de los demás.
Se trata de competir para ver quien gana, y la regla de oro es que “siempre
digas o hagas lo que conviene más a tus intereses, como si lo fuera lo mejor
para todos, aunque de hecho no lo sea.” Según el analista y exmilitar Stefan J.
Banach el objetivo de los actores es “comunicar con éxito que lo correcto es
incorrecto y lo que incorrecto es correcto”.
Es una secuela del individualismo, de la competencia como
elemento único de la vida humana y de las relaciones sociales. Estamos para
ganar, y sólo unos pocos pueden hacerlo, por lo tanto es válido y correcto
hacer lo que se tenga que hacer para prevalecer. Para lograr ese objetivo
Banach señala otra pista, hay que “generar desequilibrio individual y social…
cegar la mente del adversario a través de la propagación de elementos de
ambigüedad que atacan, engañan y confunden a las personas y producen
distracciones masivas de manera tanto física como no física”.
Esta guerra es virtual, mediática y cultural. Por ello
utiliza todos los medios de comunicación, con especial énfasis en los espacios
virtuales, en los que la realidad puede ser creada o recreada a nuestro antojo.
Los países, las organizaciones legales e ilegales, las instituciones y hasta
las empresas utilizan hoy auténticos ejércitos de robots cibernéticos para
imponer sus objetivos. Y respetan la regla fundamental de la guerra total: la
victoria, para la cual no hay sustituto. Por supuesto que se pueden hacer
alianzas y tener compañeros de camino, pero nunca nadie afirmará el principio
de lealtad, porque solo cuentan los intereses propios o de grupo.
En diversos países y desde 2014, se han identificado lo que
se llaman ejércitos de trols (seres
malignos de la mitología que habitan en los bosques, desproporcionados y
devastadores) que se apoyan en bots
(o sea lo mismo que los trols pero
automatizados). A estos mercenarios se unen los odiadores o haters, que difunden información tóxica y llevan a cabo
acosos de carácter sistémico contra personas, instituciones y países. En los países bálticos ha sido identificados
los trols rusos, mucho antes de la
trama moscotiva en las elecciones estadounidenses; otro tanto ha ocurrido en
Holanda, en donde incluso decidieron desconectar los sistemas de computo
electoral de los medios electrónicos, para evitar interferencias; y esto por no
hablar de las acciones llevadas a cabo en España y en el área Latinoamérica por
los herederos de la revolución chavista.
Hoy tenemos en México una coyuntura histórica, el nuevo
gobierno del presidente López Obrador se enfrenta a problemas fundamentales,
como son la corrupción rampante, la irrelevancia de la ley o la imposición de
privilegios y cotos de poder, la carestía y la precariedad de millones de
personas, en contraste con la acumulación intensiva de recursos y su
consecuente prevaricación.
¿Estarán -la sociedad mexicana y su gobierno- dispuestos a
hablar con la verdad, a buscar el bien de todos y a generar unas relaciones
armónicas? Ésta es la gran pregunta que nos formulamos todos en las vísperas de
la toma de posesión del nuevo poder. ¿Daremos como sociedad y contando con el
compromiso de dirigentes políticos, autoridades gubernamentales, líderes
empresariales, sociales y culturales, la batalla de los Elfos y de los hombres frente a los Trols y los bots de la
barbarie, la desinformación y el absolutismo? Esta la es la cuestión ante la
que ninguna y ninguno de nosotros debería permanecer indiferente.
28 de noviembre de 2018.
Etiquetas:
Gobernabilidad y Transparencia,
México Sociopolítico
lunes, 5 de noviembre de 2018
MEXICO POLITICA El privilegio de mandar
El privilegio de mandar
Felipe Mario González.
Presidente del Centro
de Emprendimiento,
Gobernabilidad e
Innovación (CEGI),
Profesor Emérito del
IPADE.
Pronto en unas pocas semanas más se iniciará en México la
andadura de una nueva administración federal que encabezará el presidente López
Obrador. El discurso del presidente, de sus colaboradores y el partido Morena,
apuntan un cambio de régimen lo cual es
un asunto mayor, que tiene como horizonte la Cuarta Transformación Nacional,
después de la Independencia, la Reforma y la Revolución.
Al prepararnos para la toma de posesión de un nuevo
gobierno, que promete una nueva forma de ejercer la autoridad y el poder, se
impone la revisión social de la manera acerca de cómo entendemos y cómo se
ejerce la autoridad en México, no sólo desde el punto de vista político sino
social, económico y cultural. ¿Se ejercerá la autoridad y el poder como
siempre, de manera inercial o habrá cambios sustantivos? ¿Esta la sociedad
demandando cambios en el ejercicio de la autoridad, en todo el espectro de las
organizaciones del país?
Hay sin duda una crisis de autoridad en las instituciones.
Desde las familias hasta los gobiernos, pasando por los policías y los agentes
de tránsito, y llegando desde luego a los encargados, a los jefes y a los
ejecutivos o directores, ya sean nacionales, regionales o locales.
La autoridad, decía Pablo de Tarso, no es de temer para los
que hacen el bien, sino para los que obran el mal. Tal vez pensaba en un tipo
de autoridad ideal en la que las personas que la ejercen, aceptan que su misión
es de servicio. Que la función de la autoridad es ayudar, proteger, estimular.
Pero eso, si alguna vez se dio, parece ser algo que brilla por su ausencia.
En las circunstancias del México de finales de 2018, la
crisis de autoridad es la consecuencia de factores culturales e
idiosincráticos, así como de la irresponsabilidad con la que se ejerce el
poder. Y no me refiero sólo al poder político. Me refiero a las personas
empoderadas en los organismos sociales, económicos, culturales y religiosos, en
los que la participación, el derecho a
la información o la discusión abierta se vuelven una entelequia. A la manera de
tomar de decisiones basada en el vasallaje y la tutela, como una imposición
sostenida y consistente.
La autoridad en todos los niveles del entramado social,
muchas veces se entiende, simplemente, como la capacidad de imponer decisiones,
de forzar conductas y de actuar despóticamente.
La autoridad se concibe como la fuerza para vigilar, para someter, para
imponer. A veces la autoridad se excede: abusa, violenta, corrompe. Mandar se
convierte en un privilegio. El privilegio de mandar mediante el cual, el que
manda siempre tiene la razón, siempre puede mandar en todo y nunca resulta
responsable de algo.
La personas se reducen a cosas u objetos que se usan o se
mueven a voluntad. Son piezas del engranaje de las que puede disponer. Lo único
que existe son relaciones de poder, y hay de aquel que no tenga un mínimo de
poder, un cargo o un puesto desde cual pueda defenderse, hacerse oír o utilizar
su poder poco o mucho, para lograr unos beneficios, unos activos o unas
prerrogativas que le permitan ser alguien.
El trabajo para avanzar en democracia, lograr la
participación efectiva, para hacer a la autoridad responsable, no es cuestión
sólo de las autoridades estatales. Es
también y una medida mayor resultado de un cambio social en la consideración de
la autoridad, como una tarea de servicio de la que se debe dar cuenta, y no
simplemente como el ejercicio de la fuerza, el poder o el privilegio, al amparo de estructuras sociales, económicas
o sociales, que perpetua la dominación y la imposición. Por ello la autoridad
sólo será legítima si respeta el derecho de las personas a estar informadas, a
participar según sus responsabilidades, y a garantizar a todos unos derechos
humanos básicos y fundamentales.
CDMX, 5 de noviembre de 2018.
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