La era del Trump-power es un
tiempo para las convicciones
Felipe Mario González.
1. II. 2017 Maremágnum.
El cambio comenzó formalmente el 20 de enero de 2017, aunque
Trump dió la impresión de haber asumido el mando, al día siguiente de las
elecciones. Los cisnes negros abundaron en el 2016, el Brexit, el no a la paz
en Colombia, el no a la reforma constitucional en Italia y la llegada del 45º
presidente de los Estados Unidos.
Lo que parecía improbable, se volvió una profecía
autocumplida. La realidad supera la ficción y nos damos de bruces contra un
2017, que nos recuerda que los efectos de la gran recesión de 2008, no han
pasado.
Lo que estamos viviendo es la crisis de la liberalización
económica que trajo una mayor desigualdad, polarización y deterioro de las
condiciones vida de una gran parte de la población, junto con la erosión de los
valores éticos que permiten afrontar con confianza el futuro.
Y es aquí donde veo la razón última del triunfo de Trump, el
Brexit, el no a la paz colombiano o la caída de Renzi: el miedo al futuro. Si
algo resulta evidente para la mayoría de nosotros es la precariedad nuestra
situación existencial. La economía especulativa paso por encima de todas las
barreras morales, sociales y políticas, instalando la visión del interés
personal por encima de cualquier cosa.
Los ideólogos de la izquierda y de la derecha han hecho
saltar todas las costumbres, tradiciones y valores que hacían posible una
cierta coherencia colectiva. Ahora nos encontramos con que a falta de
crecimiento económico, se nos ofrece la sociedad del hedonismo en la que todo
está permitido. Un hedonismo que exalta la relatividad y condena las certezas, que
busca el máximo placer a costa de la integridad humana, que convierte los
medios en fines y obtura el sentido de la vida.
Rotos los vínculos de la articulación social, el futuro se
vuele incierto, inseguro e inescrutable. Los humanos nos convertimos en seres
erráticos, y nuestras conductas se desquician. El miedo impera, y lo peor es
que se oscurece el entendimiento, al dejarnos en manos de los sentimientos
viscerales.
Hemos ido demasiado lejos. Tan lejos como cuando en la
década de los treintas del siglo XX, después de la Gran Depresión, el populismo
nacional-socialista se enseñoreo de Europa. Sin la debacle económica y las
injusticias internacionales de los años 20 y 30 del siglo pasado, no hubiera
sido posible la exaltación racista, ególatra y violenta del propio interés por
encima de todo.
Hoy tenemos que afrontar el reto de buscar soluciones
distintas para los problemas de los países y de la humanidad. Soluciones que
privilegien el trabajo bien hecho, la honestidad, la sobriedad de vida y la
solidaridad, por encima de los catastróficos resultados de los populismos
nacionalistas, de los planteamientos que buscan dejar en manos de unos pocos, las
soluciones que todos debemos procurar, eso sí comprometiendo nuestra libertad y
arriesgando nuestra existencia al servicio de unos valores que nos lleven a ser
más humanos, más sensibles y responsables unos de otros. No es está una hora de
vacilaciones, es una época para las convicciones y el trabajo esforzado sin
estridencias, pero con objetivos claros. Ojalá que nuestras élites y cada una y
cada uno de nosotros lo entendamos así.
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