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jueves, 30 de marzo de 2017
Vídeo IPADE nuestra mejor esperanza
jueves, 9 de febrero de 2017
Política e ironía en 2017.
La necesidad de la ironía hoy
Felipe Mario González.
Maremágnum. 8.II.17
Todo lo que está pasando es muy inquietante. Lo de Trump, lo
de del gasolinazo, los efectos de la crisis del 2008 que no acaban de ceder, y
los vientos que en México y en diversas partes del mundo, se siembran y
presagian tempestades.
La atmósfera esta cargada de tensión. Los caracteres
frívolos tienen a enseñorearse. Los azorrillados del mundo entero se revuelven
histéricos, buscan en todo posiciones dicotómicas. Generan abismos en el
entendimiento, y tensan y potencian las contradicciones haciéndolas
irremediables.
El mundo que vivimos y especialmente las circunstancias de
esta segunda década del siglo XXI, requieren mesura, calibrar las respuestas y
sobre todo atención, cosa muy difícil de encontrar en medio de la dispersión
psicológica e intelectual que afecta a muchos de nuestros congéneres.
Hay que buscar una forma de resistencia frente a la estupidez
impositiva, de los que quieren que todo sea negro o blanco, a conveniencia de
sus intereses del momento. Se trata de los partidarios del todo o nada, de los
promotores del rompimiento, de los que generan en las familias, en las
organizaciones e incluso en las sociedad polarizaciones insalvables.
Ello requiere en primer lugar no tomarse de demasiado en
serio a uno mismo y a las circunstancias. Hay que enfrentar a esos nuevos enamorados
de sí mismos, que son muy fácilmente reconocibles. Son de una casta que gestualmente ponen “cara de
pato”. No es casualidad las muchas veces que Trump recurre en sus expresiones
faciales a la “duck-face” o “trump-face”. La “duck-face” para sus promotores se
ha vuelto una señal universal; lo mismo la utilizan para dar la apariencia de
sesudos e ignotos, que para expresar disgusto, negación o rechazo de todo lo
que eventualmente les puede contradecir. Pontifican desde su ignorancia,
agreden desde su ego fragmentado y oscurecen a quienes se les acercan.
Vale la pena por nosotros, y por ver si ellos pueden superar
su triste situación, recuperar el sentido de la ironía, que no es otro que el
de la duda pacificadora, la que ante una sentencia dogmática y autoritaria, se
pregunta “¿Será?”. La ironía que mediatiza y desconfía de las afirmaciones
categóricas sin posible discusión. La
que pone un cuestionamiento ingenioso a una afirmación exuberante y
desaprensiva. La que busca un término de aproximación a situaciones distantes,
o de salida ante planteamientos cerrados.
El problema es que la ironía está en peligro de extinción,
por obra de los “hombres de negro”. Esos seres sombríos en el espíritu,
encapotados para el corazón y grises intelectualmente, que son en la realidad,
lo que el dementor es al mundo de Harry Potter: algo que quita el aliento
vital.
La ironía supone una ignorancia fingida y es también el arte
de disimular para enfrentar a las personas con la realidad. La usaron Platón y
Sócrates y es útil para bajarle dos rayitas al excesivo apego al propio juicio,
y encontrar un medio racional para ajustarse a la realidad. Pero como lo esta demostrando
la vulgaridad imperante, hay tal vez demasiada gente que prefiere la vida sin matices,
el lenguaje uniformado lleno de safiedades y los estereotipos repetidos hasta
la saciedad.
La ironía de alguna manera atenúa, disminuye o niega aquello
que afirma, para poder significar más que las palabra empleadas, y apuntar al
sentido último que las cosas tienen en la existencia, que en donde de verdad se
discrimina el metal precioso de la calderilla.
En nuestra vida personal, en la de las organizaciones y en
la de nuestras comunidades es necesario separar lo accidental de lo esencial,
los superfluo de lo que importa, lo que relumbra de lo que resplandece. Esa es
nuestra tarea hoy, la de ustedes y la mía, sopesar, calibrar, ajustar, en una palabra
ganar terreno para la prudencia y no dejarnos ganar por la insensatez. Y todo
ello recuperando el sentido de la ironía.
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Gobernabilidad y Transparencia,
México Sociopolítico
Ironía y crisis política
La necesidad de la ironía hoy
Felipe Mario González.
Maremágnum. 8.II.17
Todo lo que está pasando es muy inquietante. Lo de Trump, lo
de del gasolinazo, los efectos de la crisis del 2008 que no acaban de ceder, y
los vientos que en México y en diversas partes del mundo, se siembran y
presagian tempestades.
La atmósfera esta cargada de tensión. Los caracteres
frívolos tienen a enseñorearse. Los azorrillados del mundo entero se revuelven
histéricos, buscan en todo posiciones dicotómicas. Generan abismos en el
entendimiento, y tensan y potencian las contradicciones haciéndolas
irremediables.
El mundo que vivimos y especialmente las circunstancias de
esta segunda década del siglo XXI, requieren mesura, calibrar las respuestas y
sobre todo atención, cosa muy difícil de encontrar en medio de la dispersión
psicológica e intelectual que afecta a muchos de nuestros congéneres.
Hay que buscar una forma de resistencia frente a la estupidez
impositiva, de los que quieren que todo sea negro o blanco, a conveniencia de
sus intereses del momento. Se trata de los partidarios del todo o nada, de los
promotores del rompimiento, de los que generan en las familias, en las
organizaciones e incluso en las sociedad polarizaciones insalvables.
Ello requiere en primer lugar no tomarse de demasiado en
serio a uno mismo y a las circunstancias. Hay que enfrentar a esos nuevos enamorados
de sí mismos, que son muy fácilmente reconocibles. Son de una casta que gestualmente ponen “cara de
pato”. No es casualidad las muchas veces que Trump recurre en sus expresiones
faciales a la “duck-face” o “trump-face”. La “duck-face” para sus promotores se
ha vuelto una señal universal; lo mismo la utilizan para dar la apariencia de
sesudos e ignotos, que para expresar disgusto, negación o rechazo de todo lo
que eventualmente les puede contradecir. Pontifican desde su ignorancia,
agreden desde su ego fragmentado y oscurecen a quienes se les acercan.
Vale la pena por nosotros, y por ver si ellos pueden superar
su triste situación, recuperar el sentido de la ironía, que no es otro que el
de la duda pacificadora, la que ante una sentencia dogmática y autoritaria, se
pregunta “¿Será?”. La ironía que mediatiza y desconfía de las afirmaciones
categóricas sin posible discusión. La
que pone un cuestionamiento ingenioso a una afirmación exuberante y
desaprensiva. La que busca un término de aproximación a situaciones distantes,
o de salida ante planteamientos cerrados.
El problema es que la ironía está en peligro de extinción,
por obra de los “hombres de negro”. Esos seres sombríos en el espíritu,
encapotados para el corazón y grises intelectualmente, que son en la realidad,
lo que el dementor es al mundo de Harry Potter: algo que quita el aliento
vital.
La ironía supone una ignorancia fingida y es también el arte
de disimular para enfrentar a las personas con la realidad. La usaron Platón y
Sócrates y es útil para bajarle dos rayitas al excesivo apego al propio juicio,
y encontrar un medio racional para ajustarse a la realidad. Pero como lo esta demostrando
la vulgaridad imperante, hay tal vez demasiada gente que prefiere la vida sin matices,
el lenguaje uniformado lleno de safiedades y los estereotipos repetidos hasta
la saciedad.
La ironía de alguna manera atenúa, disminuye o niega aquello
que afirma, para poder significar más que las palabra empleadas, y apuntar al
sentido último que las cosas tienen en la existencia, que en donde de verdad se
discrimina el metal precioso de la calderilla.
En nuestra vida personal, en la de las organizaciones y en
la de nuestras comunidades es necesario separar lo accidental de lo esencial,
los superfluo de lo que importa, lo que relumbra de lo que resplandece. Esa es
nuestra tarea hoy, la de ustedes y la mía, sopesar, calibrar, ajustar, en una palabra
ganar terreno para la prudencia y no dejarnos ganar por la insensatez. Y todo
ello recuperando el sentido de la ironía.
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México Sociopolítico
viernes, 3 de febrero de 2017
Entre la manipulación y el patriotismo: entender la situación.
Entre la manipulación y el patriotismo: entender la situación.
Felipe Mario González.
Maremágnum. 3 de febrero de 2017.
Los momentos que estamos viviendo son espeluznantes. Estamos
como marionetas, movidos por hilos que no sabemos quien manipula. Hay estupor,
miedo, confusión, desaliento y sobredosis de histeria colectiva, porque no
alcanzamos a ver ni la magnitud del problema, ni sus posibles soluciones.
Estamos al vaivén de las informaciones desintegradas, las
manipulaciones consentidas y los trepidantes rumores, que acosan las seguridad
de una existencia anclada en la superficialidad de un confort, que tememos
desaparezca.
Por otra parte son estimulantes los deseos de participar,
los sentimientos de solidaridad y la necesidad de un cambio. Las manifestaciones
de patriotismo que estamos viviendo, la unidad que queremos demostrar entre
todos los mexicanos, y el esfuerzo por hacer una causa común frente al extraño
enemigo, son alentadoras. La percepción de que podemos perder mucho más de lo
que hemos ganado, nos está llevando a la búsqueda de una nueva conciencia
nacional.
Mis observaciones pretenden ayudar a la construcción, de ese
imaginario colectivo de solidaridad y mutua dependencia en el que todos
cabemos. Pero también quiero contribuir con una autocrítica, que nos haga
enfocarnos más, y centrarnos más en los objetivos neurálgicos del país.
Hemos iniciado el año entre el gasolinazo y el trumpazo. Las
protestas y la violencia generada contra el gasolinazo, nos hizo pensar en el
despertar del México bronco, un fantasma al que todos tememos. Sin minusvalorar
el descontento que hay y que seguramente se incrementará por las precarias
condiciones de vida de la mayoría de las personas en México, hay que reconocer
que los movimientos violentos no provienen de los ciudadanos que quieren
construir un México mejor. Proceden como es tradicional, en nuestro país, de
los grupos políticos oficialistas o no, que buscan desacreditar a los enemigos
políticos, de cara a las siguientes elecciones. La movilización, los recursos y
logística de las protestas contra el gasolinazo, suponen la puesta en práctica
de un plan a favor de determinados intereses, que no necesariamente son los de
los ciudadanos comunes y corrientes. Lo cual no obsta para que haya un
descontento ciudadano real, que éstos grupos capitalizan.
Por otra parte el trumpazo ha sido frenético. Es un como un
torbellino que todo lo quiere cambiar no en los primeros cien días, sino en las
primeras cien horas del nuevo gobierno. Nuestras exportaciones se ven amenazadas;
la construcción del muro se ve como una ofensa y una limitación a la libertad;
la discriminación a los mexicanos en Estados Unidos se vuelve cada vez más
tangible. Hay razones para el desasosiego y el temor, se entiende que nos pongan
los pelos de punta y que las reacciones de desconsuelo no se hagan esperar.
Pero con el ánimo sereno y la visión en lo que debemos hacer,
urge ahora considerar los objetivos estratégicos, que como país tenemos que
afrontar, con independencia de todos los problemas que se nos vengan del
exterior.
Sólo si tenemos la fortaleza interna para centrarnos en lo
que debemos y podemos hacer aquí y ahora, dentro de México y en el corto plazo,
ganaremos en la fortaleza que necesitamos y el respeto que tenemos que
merecernos.
Los imperativos de México, por los que nadie luchará
–excepto nosotros mismos- están en el combate a la corrupción; en la
disminución de la pobreza y la desigualdad; en la lucha contra el corporativismo
de las organizaciones que mantienen sectores enteros, como el de la educación,
la energía y la seguridad social, en márgenes altamente inviables de
sobrevivencia; y en la necesidad de romper con la connivencia de las fuerzas
del orden y las organizaciones criminales.
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Gobernabilidad y Transparencia
miércoles, 1 de febrero de 2017
La era del Trumpower es un tiempo para las convicciones.
La era del Trump-power es un
tiempo para las convicciones
Felipe Mario González.
1. II. 2017 Maremágnum.
El cambio comenzó formalmente el 20 de enero de 2017, aunque
Trump dió la impresión de haber asumido el mando, al día siguiente de las
elecciones. Los cisnes negros abundaron en el 2016, el Brexit, el no a la paz
en Colombia, el no a la reforma constitucional en Italia y la llegada del 45º
presidente de los Estados Unidos.
Lo que parecía improbable, se volvió una profecía
autocumplida. La realidad supera la ficción y nos damos de bruces contra un
2017, que nos recuerda que los efectos de la gran recesión de 2008, no han
pasado.
Lo que estamos viviendo es la crisis de la liberalización
económica que trajo una mayor desigualdad, polarización y deterioro de las
condiciones vida de una gran parte de la población, junto con la erosión de los
valores éticos que permiten afrontar con confianza el futuro.
Y es aquí donde veo la razón última del triunfo de Trump, el
Brexit, el no a la paz colombiano o la caída de Renzi: el miedo al futuro. Si
algo resulta evidente para la mayoría de nosotros es la precariedad nuestra
situación existencial. La economía especulativa paso por encima de todas las
barreras morales, sociales y políticas, instalando la visión del interés
personal por encima de cualquier cosa.
Los ideólogos de la izquierda y de la derecha han hecho
saltar todas las costumbres, tradiciones y valores que hacían posible una
cierta coherencia colectiva. Ahora nos encontramos con que a falta de
crecimiento económico, se nos ofrece la sociedad del hedonismo en la que todo
está permitido. Un hedonismo que exalta la relatividad y condena las certezas, que
busca el máximo placer a costa de la integridad humana, que convierte los
medios en fines y obtura el sentido de la vida.
Rotos los vínculos de la articulación social, el futuro se
vuele incierto, inseguro e inescrutable. Los humanos nos convertimos en seres
erráticos, y nuestras conductas se desquician. El miedo impera, y lo peor es
que se oscurece el entendimiento, al dejarnos en manos de los sentimientos
viscerales.
Hemos ido demasiado lejos. Tan lejos como cuando en la
década de los treintas del siglo XX, después de la Gran Depresión, el populismo
nacional-socialista se enseñoreo de Europa. Sin la debacle económica y las
injusticias internacionales de los años 20 y 30 del siglo pasado, no hubiera
sido posible la exaltación racista, ególatra y violenta del propio interés por
encima de todo.
Hoy tenemos que afrontar el reto de buscar soluciones
distintas para los problemas de los países y de la humanidad. Soluciones que
privilegien el trabajo bien hecho, la honestidad, la sobriedad de vida y la
solidaridad, por encima de los catastróficos resultados de los populismos
nacionalistas, de los planteamientos que buscan dejar en manos de unos pocos, las
soluciones que todos debemos procurar, eso sí comprometiendo nuestra libertad y
arriesgando nuestra existencia al servicio de unos valores que nos lleven a ser
más humanos, más sensibles y responsables unos de otros. No es está una hora de
vacilaciones, es una época para las convicciones y el trabajo esforzado sin
estridencias, pero con objetivos claros. Ojalá que nuestras élites y cada una y
cada uno de nosotros lo entendamos así.
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Gobernabilidad y Transparencia
lunes, 30 de enero de 2017
Trump una oportunidad para México
TRUMP: una
oportunidad para México.
Felipe Mario González.
30 de enero de 2017. Maremágnum.
A diez días de que el día se llegó y Trump juró, el mundo
esta estupefacto. La impresionante ceremonia se repitió como cada cuatro años.
Lo singular fueron las protestas, el personaje y el discurso. Un discurso
breve, contundente y que no dejó lugar a dudas. Ratificó las promesas de
campaña. Era la confirmación que nadie quería oír. Todos nos habíamos refugiados,
en el disparate esperanzador de que no haría lo que prometió en campaña.
Los ejes de su gobierno serán nacionalismo, proteccionismo,
aislamiento, y rechazo de todo lo que no
sean los Estados Unidos, que él ve. Promesas de devolver el poder a los
ciudadanos, de ir en contra del camarilla de los poderosos, y mejorar el nivel
de vida con la inversión en infraestructura, la reducción de impuestos y la
generación de empleo.
El mensaje central a mi juicio no es nada trivial. Ha
anunciado a su país y al mundo un cambio radical. Y en esto quiero centrar mi
comentario. El cambio urge, es necesario y el tiempo apremia. Personalmente
estoy en contra de muchas las propuestas concretas de Trump. Pero sí me parece
rescatable la idea de que estamos ante un cambio que se dará, aunque no sea el
más deseable, y que nos afectara a todos.
Esta situación requiere una movilización: hay que tomar en
serio el llamado a la acción del presidente Trump. No a secundar las acciones
que él propone. Pero sí a responder de manera decidida. No con alegatos, ni
tampoco con declaraciones sentimentales o menos aún a caer en una simple
retórica que lleva a cargar sobre el exterior, sobre las circunstancias
adversas, y sobre la política trumpiana, la razón de nuestros males en México.
En México y en el mundo se necesita un cambio de la economía
especulativa a la economía real, se requiere de un nuevo liderazgo de las
clases medias frente a la ilegitimidad del establishment económico, político y
social. Es urgente en primer lugar tomar conciencia de que cara a los próximos
años en México y el mundo, el futuro no puede ser la continuación inercial de
un sistema que genera desigualdad, que monopoliza las oportunidades y que
centraliza los beneficios en tanto que socializa los costos.
Trump significa que algo llegó para cambiar, que las reglas
no pueden seguir igual y las acciones hay que empezar a diseñarlas ya. No tanto
en respuesta a una política agresiva, sino como resultado de un diagnóstico de
nuestra situación, de una valoración de los recursos con los que realmente
contamos, y un compromiso estratégico que nos lleve a la integración de las
personas menos favorecidas, al desarrollo de las cualidades de todos y a la
armonización de los intereses de cara al bien común.
El trumpismo de Trump representa una oportunidad para
depender más de lo que nosotros hagamos,
y no de las situaciones coyunturales que nos afectan; es una oportunidad para
tomar responsabilidad en el hecho de que el futuro de México depende más, mucho
más, de lo que nosotros llevemos a cabo, que de las acciones del exterior. Del
tamaño de nuestros deseos, de la magnitud de nuestros sueños, de la fuerza de
nuestras esperanzas depende que este gran país, México, sea para todos nosotros
una patria que da identidad, que genera oportunidades y que permite el desarrollo de una vida lograda
para todos.
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