lunes, 5 de noviembre de 2012

Hoy es el día que puede ser mañana


Hoy es el día que puede ser mañana.
11/06/08 17:25

Felipe González y González


La vi hecha grafiti. Era una pintada política. Seguramente es un “slogan” clásico de un “activista social” que juega al intelectual, y que se goza en las paradojas. (Y es que la paradojas son espléndidas, asombrosas y dilatantes, por ello nos gustan a todos. Bueno casi a todos. A todos los que tienen algo de sentido del humor, que es la materialización de la propia autocrítica.) La recordé a raíz de varias intervenciones, en las que recientemente, la he citado. Y esta mañana me he levantado con la frase en toda su contundencia: hoy es el día que puede ser mañana. Hoy es el día que puede ser mañana. Hoy es el día que puede ser mañana.
El hoy podría ser distinto del ayer: para ello tiene que ser mañana. Hay que tomar distancia del ayer que nos disgusta, con el que no nos identificamos porque no nos realiza. Es el ayer de la posibilidad no concretada, de la aplastante superficialidad, de la cretinidad que se pega al objeto del deseo, de la expresión insustancial, vulgar y fuera de lugar con la que vamos abriéndonos paso entre los demás.
En mi entorno inmediato hablamos mucho de hacer de la vida una obra de arte. De buscar la perfección, de lograr que cada uno y lo que nos rodea, adquiera una impronta diferente. Pero creo que en ocasiones nos quedamos en la pedantería cínica y aislante del que quiere aparecer sesudo a base de fingir ser flemático, o en la vulgaridad crepitante y volcánica del voluptuoso mastodonte.
Cuando el hoy se repite como ayer, nos sumergimos en la brutalidad de la cotidianeidad asumida como fatalidad. A la fatalidad del ayer se intenta escapar mediante la opacidad de las intenciones; del chascarrillo que se convierte en burla para lograr la autoafirmación: del comentario ya no banal sino cretino que obstaculiza la elevación, a base de bajar la mirada a lo que se come uno en el propio plato, a lo que están comiendo los demás, a las formas exultantes de las telas ajustadas sobre carnosidades desbordantes, al defecto físico o al comentario irrelevante sobre el estado del tiempo, el olor de la contaminación o la asquerosidad de los últimos avatares políticos.
Pero hoy es el día que puede ser mañana. Hoy es el día que podríamos empezar a vivir desde el futuro. De un futuro del cual cuelgan nuestras identidades, nuestras posibilidades, nuestras tendencias más profundas, nuestras añoranzas más sustanciales. No es el ayer del que vivimos. Aunque podemos vivir el hoy como el ayer. Nadie quiere vivir de lo que ha pasado, sino de lo que está por venir. Y el porvenir no es algo indeterminado, sino el encuentro con nosotros mismos.
Nos encontraremos a nosotros mismos en el futuro, no en el ayer. El ayer no nos contiene porque es la negación de lo que queremos ser. La verdad es que no queremos ser como ayer. Nos atrapa el pasado y consume nuestro presente. Queremos ser como seríamos en el futuro, si viviéramos el hoy como mañana.
En el futuro está el hombre o la mujer que todos queremos ser. No este hombre o esta mujer que se deja llevar del mal humor, de la irreflexión o del consumismo desenfrenado no ya de los recursos naturales (que también cuentan) sino de las propias energías. Nos gastamos sin darnos cuenta. Y necesitamos continuamente y de manera más imperativa que en lo físico, la energía intelectual, moral, psicológica y estética, que se consume en el hoy vivido como un ayer monótonamente repetido. Por ello el presente vivido desde el pasado es un aniquilador de las potencialidades humanas.
El hoy que puede ser mañana requiere de la visión de lo que somos, de lo nos constituye y necesita ser desplegado, de lo que nos hace ser y que al actualizarse no sólo no se consume, sino que renueva nuestra energía. Porque el acto propio del ser humano es la efusión que supone no sólo dar sin recibir, sino dar como un acto que permite el ensanchamiento de la humanidad personal y colectiva, que constituye un fondo inagotable de riqueza: la humanización de la vida y del mundo.
Humanizar es colorear la propia vida y el mundo, con los tonos de la generosidad, del interés más universal posible, del amor que hace posible la amistad en la que todos nos hacemos uno y mejoramos.
Pero se me olvida decir que el cretino, ese cretino tan parecido al que cada uno llevamos dentro, me abofeteo con su carcajada (porque las carcajadas golpean violentamente). “No se puede vivir para el futuro –me dijo-, eso es utópico”. Para él sólo existe el ayer que aparece en el presente como recriminación individual y colectiva, y que determina la vida como huida del pasado gozando del presente. Y el cretino masculló un enorme trozo de carne mal cortada, que engulló con un trago largo de vino, al que previamente agitó con fuerza pero sin darse cuenta, en una copa que se ha puesto de moda.
A pesar de ello, confío en que -el cretino y yo- intentaremos que hoy sea el día que puede ser mañana. Si lo logramos el presente se convertirá en protensión al sentido que la realiza la existencia humana.

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